Ficha técnica
Título: Al principio la noche era música | Autora: Alissa Walser | Editorial: Adriana Hidalgo Editora| Colección: «Narrativas » | Género: Memorias | ISBN: 978-987-1556-72-4 | Páginas: 298 | Publicación: Noviembre de 2011
Al principio la noche era música
Alissa Walser
Esta novela cuenta la vida de Franz Anton Mesmer, célebre médico de la Viena de Mozart, que curaba a sus pacientes a través de piedras magnéticas. Uno de sus grandes desafíos le llega cuando se enfrenta al caso de una joven pianista ciega, María Teresa von Paradis -otro personaje histórico-, quien toca para la corte y más tarde se hará muy conocida.
Uno de los ejes narrativos de la novela, donde la música juega un papel central, es el relato de los meses de tratamiento de María Teresa y su ambigua relación con Mesmer, quien gracias a su método (popularizado como mesmerismo) logra que ella recupere la vista por un tiempo, mientras simultáneamente pierde algo de su talento. Los médicos de la corte -que antes habían intentado en vano curar a la pianista- acusan de farsante a Mesmer, quien se muda a Francia. Unos años después, María Teresa, ya famosa, viaja para dar un concierto en París, donde vive su antiguo médico.
Obviamente que hubiera preferido quedarse en la cama. Afuera es noche cerrada y hace frío. Pero hoy tiene por delante una importante visita médica, quizás la más importante de toda su carrera: le han pedido que examine a la hija ciega del funcionario de la Corte Imperial y Real Paradis. La señora del Secretario de la Corte ha solicitado una visita a domicilio. Es por la posibilidad de ascender que anda levantado tan temprano. Y desciende esta escalera no apropiada para ningún madrugador. La suntuosa amplitud, la espiral apenas insinuada – un caracol que no llega a definirse – evocan una armonía, pero que a lo sumo puede percibir quien ha dormido lo suficiente. No es su caso. Y el hecho de que Kaline, la criada, haya encendido las lámparas y la estufa es sólo un débil consuelo hasta tanto ella misma no se deje ver. Si al menos pudiera tocar algo de música. Allí vive pues desde que se casó, en esta casa la más espléndida de todas, con tantas habitaciones que hasta su instrumento posee la suya, y así y todo ahora no puede ponerse a tocar. Y un buen día siempre comienza con música. Bastan cinco minutos en su armónica de cristal. Mozart, Haydn o Gluck, o simplemente dejar que los dedos hagan lo suyo hasta que ellos solos encuentren una melodía y se deslicen ligeros sobre las teclas como un gato que juega en la nieve. Con esa misma ligereza se desliza luego el día.