Jorge Eduardo Benavides
Los premios literarios están todos amañados: ahí tienen otra de esas mentiras que han prendido aprovechando la yesca de la suspicacia, tan abundante en este mundillo algo reseco de nuevas ideas. Es cierto que muchos de ellos, sobre todo los más importantes, están destinados a personajes conocidos, a escritores más o menos de relumbrón cuyos solos nombres resultan un gancho para las rápidas ventas de sus libros. Más vale no presentarse a ellos. Y por lo mismo, ya que todo el mundo parece saberlo igual que yo, tampoco me resulta claro que siempre haya tantos concursantes, edición tras edición. Tanto olímpico enfadado con la venalidad de esos premios a los que muchos envían por triplicado sus trescientas páginas de novela esperando que la calidad sin fisuras de su obra se abra paso en el magín de los jurados…y por fin se haga justicia!
También hay otros premios literarios que parecen producto de un negocio más discreto entre agentes o editores y se conceden a novelistas por los que se apuesta más o menos en firme. Suelen ser premios en los que sospechosamente gana algún escritor relativamente conocido y a veces, vaya coincidencia, que ya ha publicado en el sello que auspicia el premio. Pero por lo que sé, incluso estos últimos tienen que competir. Digamos que no están del todo concedidos, sino que algunas novelas (o una sola) pasan directamente a cuartos de final donde tienen que luchar con los libros elegidos limpiamente por el jurado que, como me consta, nunca sabe cuál es el libro que se ha colado, pues todos van con pseudónimo.
Pero muchos, muchísimos otros -y entre ellos alguno de prestigio y dinero- resultan completamente limpios y honrados, pues sustentan su crédito precisamente en estar libres de sospecha. Hay un comité de lectura, un filtro previo que deja a los jurados con la absoluta responsabilidad de premiar lo que su criterio dicte, sin saber quién o quiénes son los participantes. Y eso resulta valioso para el escritor novel que puede así calibrar la calidad de su trabajo o al menos la aceptación del mismo ante unos lectores que no lo conocen de nada y por lo tanto están fuera de sospecha respecto a sus juicios de valor. Pero hay un motivo, a mi entender, más valioso para participar en uno de los muchos premios que se prodigan en España e Hispanoamérica: Enviar a concurso un cuento, un conjunto de cuentos o una novela significa además poner a prueba nuestra capacidad de trabajo y nuestra disciplina: hay un plazo y es necesario terminar, corregir y pulir el texto para cumplir con el mismo. Esa obligatoriedad para con el trabajo literario -un poquito agobiante, también- es el germen de las buenas ficciones. Los premios pueden dar dinero e incluso reconocimiento, pero sobre todo nos dan rigor y disciplina a la hora de escribir.