Jorge Eduardo Benavides
A juzgar por los textos que hemos ido recibiendo durante la semana, pensamos que muchos de ustedes han captado con facilidad la idea del ritmo, sobre todo en la velocidad manejada en muchos de los relatos que hemos leído. Y es que, tal como se comentó en la sesión anterior, la que correspondía a la propuesta, una buena narración no solo informa de lo que ocurre, sino -y sobre todo- trasmite una sensación: de desengaño, de angustia, de amor, de exaltación, de odio, de suspicacia, de miedo, de vértigo. Y por muchas veces que escribamos la palabra para designar esa sensación o ese sentimiento ("aquel hombre tenía miedo. Mucho miedo") no lograremos nada si es que ello no va acompañado de toda nuestra pericia para trasmitir dicha sensación o sentimiento. De allí que uno de los elementos compositivos más importantes de la narración sea el ritmo que se le imprime a la historia abordada. Por ello, una huida nos permite explorar la mejor fórmula para acelerar y desacelerar lo narrado: todo se vuelve caótico, fragmentado, convulso, y las frases también se acortan, se encabalgan, parecen confundirse y confundirnos, de la misma manera que el paisaje se disloca no sólo ante la velocidad de quien huye sino ante la confusión generada por el miedo o la angustia que motivan tal huida. Los textos que hemos colgado dan buen ejemplo de ello, de los aspectos positivos de los relatos consignados tanto como de esos desfallecimientos que con un poco de paciencia y el oficio que van ganando quienes escriben todas las semanas, se pueden mejorar.
Esperamos sus comentarios y opiniones.
Jorge