Jorge Eduardo Benavides
De los muchos envíos que hemos recibido esta semana hemos elegido cuatro textos de diferentes registros y distinta extensión, que reflejan con bastante claridad lo que en líneas generales ha sido la tónica común de todo lo recibido. Así, podremos observar cómo se han manejado en esta ocasión, al tratarse de una propuesta que se dirige esencialmente a manejar nuestra herramienta más poderosa: el lenguaje. Trasladar un campo semántico determinado y ubicarlo en otro lugar es, ni más ni menos, empezar a entender que para sacarle partido a nuestro particular lenguaje es necesario que apelemos a todas las palabras que conocemos y que las apliquemos de manera certera, contudente y muchas veces novedosa. No hay peor peligro para el escritor que la frase tópica, ya lo decíamos en una pasada consigna, y en la anterior -que ha dado pie a los ejercicios que hoy colgamos- explicábamos que tampoco debemos sucumbir a la belleza de las palabras por las palabras mismas, que el lenguaje hueco y artificioso también resulta un peligro que es menester esquivar si queremos contar un relato con claridad y precisión. Por ello hemos apelado a palabras que todos usamos, que todos conocemos, pero liberadas de su contexto usual. Quiere decir que, en lo referente a este aspecto, no se trata tanto de las palabras en sí, sino de la manera en que conjugamos dos palabras sencillas. Decir de un camarero que tenía manos delicadas de monaguillo, o decir que alguien era taimado como un cardenal del Renacimiento, es encontrar imágenes novedosas cuyo efecto está en la conjugación de palabras extraídas de áreas semánticas aparentemente alejadas. En general ha habido muchos aciertos, aunque también muchos se han quedado en la primera imagen que les ha venido a la mente. Hemos hecho un comentario general para los textos que hoy colgamos y que les permitirá evaluar, reflexionar y sacar conclusiones.
Buen fin de semana!
Jorge