Jorge Eduardo Benavides
Late entre los escritores y sobre todo entre los aspirantes a escritores una cierta suspicacia con respecto a los editores. Hay un síndrome de Carver, también. Ya les contaré en otro momento sobre esto. La suspicacia casi siempre tiene fundados e indiscutibles motivos para el escritor: el editor no lo ha publicado. ¿Cómo puede saber alguien de literatura si no publica mi novela? Y es que claro, el editor ese sólo publica a sus colegas, ya sabemos, esto es una mafia de amiguetes y enchufados… corren muy malos tiempos para la verdadera literatura, qué horror. Dicen también que los editores son todos unos piratas -que los hay, los hay…- y unos mercaderes que pretenden lucrarse con la literatura, ese bien sacrosanto y sin mácula que algunos desprestigian escribiendo horribles artefactos de consumo rápido e ingestión liviana.
Los editores, en el imaginario de muchos aspirantes a escritores e incluso entre muchos escritores ya consolidados, son como un enojoso formalismo burocrático entre la novela y su merecido reconocimiento universal. Para muchos son simples mercachifles que nada saben de literatura, y la prueba de ello es que en su catálogo hay mucha baratija literaria. Grave error: aunque hay de todo (Mezquinos, tramposos, fatuos, nulos), creo que básicamente los editores suelen ser personas bastante sensibles, de muy buen olfato literario, cuyos juiciosos comentarios sobre nuestro trabajo suelen ser a menudo descorazonadoramente acertados. No sólo valoran el aspecto estético y formal de una novela, un ensayo o un conjunto de cuentos, sino que llegan a saber cómo encajarlo según el voluble gusto del lector. Porque, como dice Jorge Herralde «El editor es un animal estrábico, con un ojo forzosamente en el negocio y otro forzosamente en la cultura». Por eso suelen tener una línea editorial y se afanan en buscar y rebuscar, entre los cientos de manuscritos que reciben mensualmente, aquellos que consideran hallazgos. Cuando lo encuentran, es tanta su ilusión como lo es para el escritor haber sido descubierto. Como me dijo un buen amigo, escritor español: ¡E incluso te llegan a querer! («normalmente no más allá del 15 por ciento del PVP», agregué yo). Pero ese momento de empatía y cordialidad, en la que el editor se la juega con un autor, puede entrañar peligro. Es el síndrome de Raymond Carver.
El próximo post se publicará el martes 19 de agosto.