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Vindicación de la pereza

Por 31 de julio de 2025 Sin comentarios

'El derecho a las cosas bellas' de Juan Evaristo Valls Boix (Ariel, 2025)

Joana Bonet

 

Mientras el resto de los pecados capitales guardan relación con la neurosis y ciertos trastornos del comportamiento, la pereza no embiste contra nadie, y lo que es fundamental: carece de tintes diabólicos. Definida como el vicio que nos aleja del trabajo y el esfuerzo, esa vagancia, descuido, tardanza, dejadez, desidia, apatía o negligencia es también un anhelo de quietud, de abandono y de renuncia, una aceptación casi mística del no hacer nada.

La condena de la ociosidad se ha inoculado en nuestro carácter. Los días en blanco, en los que no se logra cumplir meta­ alguna, nos atormentan. Los vin­culamos a una sensación de vacío, que lejos de conducirnos al placer deposita un poso de culpa que mancha el alma. La lógica del trabajo productivo lo impregna todo. “No me da la vida”, repetimos agobiados cuando no llegamos a cumplir con todos los compromisos. Ambicionar, competir y alcanzar objetivos. El lenguaje de los negocios se cuela en la intimidad y tasamos los sentimientos en busca de réditos.

“No siempre hay que entusiasmarse”, escribe Juan Evaristo Valls Boix en su El derecho a las cosas bellas (Ariel), un ensayo que ahonda en las virtudes de la vida horizontal cuestionando el modelo de éxito establecido. “La pereza es expresión de nuestra debilidad, de la blandura o la flojera que nos recorre el cuerpo cuando declinamos un plan, el gusto íntimo de detenernos en cada esquina”. Pero, aunque se la asocie a la incompetencia, promueve el pensamiento al desalojar urgencias e incluso respuestas. La pereza es un para qué, en lugar de un por qué. El filósofo Valls Boix revisa las teorías del yerno cubano de Marx, Paul Lafarge, en su célebre El derecho a la pereza, una sátira del mundo laboral y a la vez una reivindicación del dolce far niente como provocación, rebajando el énfasis en la sociedad del capital. No hay mayor abúlico que aquel personaje ruso de Goncharov, Oblómov, que “sintió un sereno júbilo al pensar que él, desde las nueve hasta las tres y desde las tres hasta las nueve, podía quedarse en su casa, en el diván (…) que tenía libertad para sus sentimientos e imaginación”.

Oblómov elige la vida horizontal. Como la hubiera preferido Sylvia Plath. “La condición horizontal –escribe Valls Boix– establece relaciones de cuidado, allí donde el ser vertical domina, el ser horizontal descansa, abraza, conversa”. Y también exalta el amor al saber: “El que no sabe de méritos ni utilidades. De allí su belleza, de ahí su política”. Hoy queremos que todo sirva para algo de forma inmediata, y nos decepciona lo contrario; mientras la falta de eficacia nos desespera. Sí, es fácil alentar el aburrimiento infantil, criticar el exceso de actividades extraescolares que, sobre todo, sirven a los progenitores para lavar la culpabilidad; sin embargo, cuán arduo es lidiar con una criatura aburrida.

“Planes y más planes”, se dicen aquellos a los que la inactividad les deprime y les resulta insufrible enfrentarse a su propio silencio. Pero ¿cómo inspirarse a uno mismo? Siempre me han intrigado los métodos de concentración de los escritores, cómo abordan una hoja en blanco. Colette desparasitaba a su gato con parsimonia antes de empezar el día; Alfred de Musset, amante de George Sand, confesó que nunca estuvo tan inspirado como cuando iba de la cama del amor al escritorio, y Mark Twain, Robert Louis Stevenson o Truman Capote –que se declaró un escritor completamente horizontal– escribían acostados. Benjamin Franklin y Edmond Rostand lo hacían, en cambio, en remojo, en la bañera. Al igual que Victor Hugo, creían que las frases les salían mejor si escribían desnudos.

Entretener ha sido uno de los filones más explotados por toda industria. Ocupar el tiempo lanzando anzuelos que capten nuestra atención. La lógica del clickbait se universaliza. Y las redes sociales reemplazan a aquellos comerciantes de mercadillo que anunciaban sus mercancías. El consumo de esas horas banales apenas se autocensura. Plantamos cara al azúcar que consumimos sin cuestionar las ingestas de pura glucosa informativa. O, mejor dicho, deformativa.

Probablemente, esté usted a punto de iniciar sus vacaciones, ese paréntesis que pretende aliviar nuestro agotamiento físico y mental. ¿Bastarán quince, treinta días para disfrutar de la proverbial holganza? ¿La soportaremos? Feliz pereza.

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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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