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‘Soft power’ con ritmo

Por 16 de julio de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

No ha existido mejor lección de lo diferente que la de Michelle Obama en su paso por la Casa Blanca. No se ha parecido a nadie, ni lo ha pretendido.
Poco ha tenido que ver que con cualquiera de sus anteriores inquilinas, a pesar de compartir la vocación humanista de Eleanor Roosevelt –tan humillada en la vida privada por su marido infiel–, o con la sinceridad y el coraje de la pobre Betty Ford –que dedicó buena parte de su vida a combatir las adicciones que había padecido–, o incluso con la ambición profesional de Hillary Clinton, aunque Michelle sea más filantrópica que política: ha transitado del Let’s move al Let girls learn porque tanto la lucha contra la obesidad infantil –tan vinculada con la desigualdad– como la alfabetización de millones de niñas relegadas a ser esclavas domésticas o sexuales en todo el mundo han activado su grado de compromiso.
En sus viajes al tercer mundo, ha asistido a la violencia ejercida sobre las niñas privadas de un pupitre y lanzadas a la escala más perversa de la supervivencia. Después del secuestro de las estudiantes por parte de Boko Haram, comprendió cuál debía ser su foco: educar a una niña significa impactar en la cadena de progreso del país, la mejor arma contra la barbarie.
Michelle ha forjado un estilo basado en el aplomo y la naturalidad. Nada que ver con el bótox de Hillary –e incluso de Donald Trump–. Todo lo contrario: pone carotas, frunce el ceño sin miedo a parecer una angry black woman, pasea con majestuosidad ancestral sus caderas anchas, su piel brillante y sus hombros torneados y hasta ha conseguido inocular el lenguaje cotidiano en el discurso impenetrable del poder. Tampoco se ha parecido a las otras ex primeras damas en el papel que jugaban frente a sus poderosos maridos. Michelle ha sido cómplice, una igual, la mujer que ha llegado a confesar en público las flaquezas de Barack: “Por la mañana su aliento apesta”. En los momentos más adversos, de silencio opaco, como los funerales de estado o actos terroristas, ha sacado pecho y empatía, e incluso parecía refugiar bajo su ala al presidente de EE.UU.
Siempre ha hablado con orgullo de sus orígenes: tataranieta de Jim Robinson, nacido en Carolina del Sur, esclavo en una plantación; bisnieta de Fraser Robinson, sirviente iletrado que aprendió a escribir de adulto y se dedicó a vender zapatos y periódicos; hija de Fraser Robinson III, un operador de bombas en el Departamento Hidráulico de Chicago aquejado de esclerosis múltiple, y de Mary Robinson, pobres pero conscientes de que para que sus hijos fueran respetados debían de llevar en su currículum el nombre de Princeton o Harvard.
A pesar de su brillante formación, durante su reinado nunca ha ejercido de abogada pública, a diferencia de Hillary Clinton, que de first lady se ha transformado en lady first con sus collares de fantasía. Michelle lleva perlas, pero de forma bien diferente a la de Jackie Kennedy; su estilo nunca ha sido aristocrático, tampoco étnico. A menudo ha descansado en el patrón del new look de Dior, estrechando su cintura y afinando su mensaje, siempre con la mano tendida. Por ello encarna esa vía política que representa el soft power, el ejercicio de un poder sutil y flexible que trata de atraer a socios que comparten objetivos mediante el diálogo y cuya palabra clave es “influencia”. Michelle ha sido todo lo contrario a una primera dama plana. Barack, probablemente el presidente global más deseado de todos los tiempos, pasará a la historia de acuerdo a aquella vieja fórmula para perezosos: “Mejor planteado que resuelto”, mientras que su mujer ha conseguido sumar sus poderes: inteligencia, sensibilidad y ritmo. En un mundo con tanta sangre por los suelos, la letra entra mejor con swing.
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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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