
'100 razones por las que lloró Leon Tolstoi' de Katia Gushina (Impedimenta, 2023)
Joana Bonet
Nos miramos de reojo, sin querer molestar, porque el minutero de la sala de espera se encapsula en una órbita interior. “Estos tonos son más algodonosos”, le escuché decir a un visitante del Museo del Prado contemplando las maravillas de Veronese, el pintor veneciano que captó el rosa más profundo. En el hospital, aguardando a que aparezca nuestro número en la pantalla, los colores pierden toda su belleza. Neutros, impersonales, a veces infantiloides, no refulgen ni se empolvan. Borran sus matices, y en parte es lógico, pues la verdad del TAC solo entiende el blanco y negro.
Las máquinas que escudriñan el mal son heladas, aunque suelen manejarlas enfermeros jóvenes que bromean al darte instrucciones. Piensas que el éxito de la prueba depende de ellos porque te permites caprichosas transferencias; son esos destellos los que colorean el tránsito ambulatorio.
Somos mujeres que esperamos una revisión oncológica. Los días previos a la cita, el cuerpo se enrabieta pese a que la cabeza pretenda estar fría. Le llaman trauma silencioso, una mezcla de estado de alerta, ansiosa negrura e incertidumbre. Tan solo la paciente más joven va acompañada. El resto formamos parte de ese 75% de ciudadanas –según datos de una encuesta de Organon– que acudimos solas a las visitas médicas, demostrando un glorioso nivel de emancipación femenina. Resulta tan paradójico como previsible: las grandes cuidadoras que han aliviado miles de males acuden sin red a una cita extremadamente sensible.
Habrá infinitas razones que expliquen esa soledad: muchas no podrán permitirse un mal día porque de ellas dependen quienes no pueden valerse por sí mismos; también están las que expresan así su firme autosuficiencia, acaso para no comprometer a nadie, y cómo no, aquellas a quienes les enerva tener compañía porque les recuerda cada instante a qué se enfrentan.
Los teléfonos suelen quedarse sin cobertura en los sótanos hospitalarios. Algún libro, miradas perdidas, olor a crudo. “No se puede aguantar de puntillas mucho tiempo”, leo en la novela gráfica Razones por las que lloró Leon Tolstoi (Katia Gushina), y miro los rostros sufridos de las mayores, rostros heroicos a los que regresará el rosa Veronese, o el rosa Tiepolo e incluso el de La vie en rose cuando les den la mejor de las noticias: “Todo está bien”.