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La bandera del malismo

Por 1 de febrero de 2017 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Hace ya doce años que la fundación de Aznar, FAES, publicó El fraude del buenismo, acuñando un término que, tan resultón él, enseguida se propagó para definir –o mejor dicho, despreciar– un estilo de hacer política dialogante y optimista, aunque también naif y utópico. Buenistas eran aquellos líderes confiados de que en este bello mundo caben todos y empeñados en restaurarle las pestañas al Estado de bienestar, tan deseosos de agradar que a menudo rehuían las decisiones impopulares, por mucho que fueran imprescindibles. Tal fue el uso del nuevo -ismo, disparado siempre como una bala de plata, que en el 2010 –en esta misma columna– le ­auguraba larga vida al malismo como efecto rebote. Me equivoqué, eso sí, en el adjetivo: anticipaba un malismo ilustrado, y no analfabeto y ruín, como el que ondea.
Ya en tiempos de Platón y Aristóteles se acuñó la teoría del bien común: los seres humanos, en sociedad, tienden a unirse en busca del beneficio para todos. Sin tener en cuenta a los defensores de la naturaleza perversa del ser humano, de Hobbes –el hombre es un lobo para el hombre– a Robert Louis Stevenson –y sus Jeckyll y Hyde–, resulta paradójico que los parámetros que servían de guía al bien común dejaran de pertenecer al ámbito de la moralidad y la justicia para pasar a convertirse en economía e ideología. Competitividad a muerte, cortoplacismo, autodefensa: no hay otras reglas que valgan en la selva capitalista. Hegel, Dostoyevski y Nietzsche cla­maron hace bastante más de un siglo aquello de que “Dios ha muerto”, que no
significaba otra cosa que los valores
cristianos ya no funcionaban como fuentes del código de comportamiento. Pero esa muerte ha sido una larga agonía hasta hoy.
Tanto la ultraderecha como la izquierda extremista basan su estrategia en crear males innecesarios, levantando muros en lugar de tender puentes. Pero sobre todo reafirmando su identidad, y su autoridad, igual que hacen los llamados haters en las redes, los que viven en contra de todo y de todos. No se trata sólo de la política –con Trump o Putin como máximos exponentes–, sino de un nuevo paradigma en la forma de entender la relación social. ¿Por qué vamos a tener que comportarnos de acuerdo con unos cánones de civilización, protocolo o humanidad con gente que no merece ni nuestro desprecio?, se dicen. El malismo se ha repantigado en los sofás virtuales, y su incontinencia abarca centenares de vídeos de violencia explícita y gratuita. Odio al inmigrante, al musulmán, al homosexual, a todo lo que es diferente. La política no es más que el viento que ondea velas del malismo, una vez ha demostrado que da tan buenos réditos.
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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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