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Entrar a matar

Por 24 de abril de 2019 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

El estilo se halla en la justa me­dida entre lo homologado y lo singular. Y no me refiero sólo al atuendo, el lenguaje o la gestualidad, sino a ese paraguas semántico llamado actitud. Gabriel Rufián lo desborda. Cuan importantes son las pisadas del poder; vean si no la energía que gastan los diputados cuando hacen el paseíllo hasta el estrado: algunos andan como si chafaran nubes, otros domando la timidez con la vista fija en un punto para no marearse. El candidato de ERC aprieta el paso, disfrutón cuando va al encuentro del micrófono. Se gusta hablando. Prepara las ocurrencias y las pone en escena, afanoso de epatar, un as del zasca y del happening.
Creció para dentro, algo reforzado por el hecho de que tardara mucho en hablar y precisara de logopeda. Sólo alguien que ha convivido intensamente consigo mismo puede derrochar tanta seguridad personal, habiéndose librado de la bicha que persigue a los políticos pusilánimes: el sentido del ridículo. Rufián, con sus buenas dosis de ambición y aspiración, podría pasar por pariente de aquellos personajes de La comedia humana balzaquiana, Albert Savarus o Lucien Chardon: provincianos, narcisos, atractivos, con amores políticos y literarios y hambre de poder.
Le falta finesse, pero no la pretende. Bien le ha funcionado el cuerpo a cuerpo, la camiseta con eslogan (que lo hace aún más joven), el tuit molotov y la escenografía granguiñolesca, ya sea la imagen de Rato entrando en la cárcel –“es el mercado, amigo”– o la impresora republicana a cuestas. Para él, la provocación es táctica y superación. La del estudiante que quiere dar más de lo que se le pide y se extiende en los exámenes, según han contado sus profesores.
Juan Gabriel –ay, esa tradición de nombres compuestos, como Alberto Carlos Rivera o Pablo Manuel Iglesias– siempre se ha hecho notar. En el colegio no le importaba ser considerado empollón o pedante, pues siempre desbordó orgullo de clase. ¿Por qué el hijo de un transportista y una administrativa que se conocieron en un mitin de Bandera Roja no iba a poder mirar por encima del hombro a los pijos de Boadilla del Monte, o a los de la Bonanova? Ahí está el personaje: pecho hinchado, cintura gruesa, mirada guasona, ese fenotipo tan catalán, el del foteta, que encandila a unos y horripila a otros. La polarización le da juego.
No le teme a los trabajos pesados porque ha hecho de todo, ­según su perfil de LinkedIn, desde descargar camiones en ferias hasta seleccionar personal para H&M. Graduado en Relaciones Laborales, llegó a experto cribando los mejores candidatos para un puesto de trabajo, hasta que la política –y las tertulias– lo reclamaron, y entregó su fe a Joan ­Tardà, pastor de almas independentistas, prometiéndose que cuando se proclame la república catalana lo dejaría. Amante de la literatura, de jovencito ganó premios de relatos; uno se titulaba Mal de mar. Este Sant Jordi firmará nuevo libro: Ser de izquierdas es ser el último de la fila (y saberlo).
Leo perfiles en medios digitales de aquel Juanga, como le llamaban en Jaén, con declaraciones de amigos de su abuelo republicano, y parece que se hubiera enrolado en el ISIS en lugar de ERC. Habitante del cinturón rojo de Barcelona, castellanohablante volcado de amor a su país, bien podría encarnar aquella etiqueta que tanto se estiló antes de los hipsters: modernillo. Hay voluntad de estilo en su vestimenta, y cuida su ropa igual que su barba. Camisa negra o azul noche, camisetas ajustadas –mitad jugador de fútbol made in Italy, mitad mago ilusionista de última generación–, blazer negra o de cuadros príncipe de Gales, pantalones pitillo con zapatillas de runner, cazadorita (amarilla) a la cintura… Con frecuencia la dota de significado, pues es hombre de eslogan al que le sobran los adjetivos –al menos en un relato erótico que escribió, publicado en Jot Down–.
Capaz de alterar los nervios de sus antagonistas, incluso de capitanes curtidos en tempestades como Pérez-Reverte, quien dijo aquello tan feo de que a Rufián “o le pegaban en el colegio o tenía miedo de que le pegaran, y de ahí salen las conductas posteriores”. Pero son el desafío de ojos pequeños y el látigo verbal lo que atrapa a la concurrencia. Los suelta sin piedad, desvergonzado y eficaz. Arrastra la mala baba a la que tan habituados están los británicos, con sus flechas dialécticas emponzoñadas en sarcasmo. El cinismo es un medio, no un fin, pero tapona los folículos. Bascula entre el coraje y el yoísmo, entre el argumento y el espectáculo, y en apenas cinco años se ha abierto camino hasta lo más alto de una papeleta electoral. En verdad, parece haber nacido para aguantarle la mirada a Aznar, desde esa izquierdita indepe que tan amargado lo tiene.
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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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