Joana Bonet
Ignoras que te observa, pero te vigila porque ha elegido tu intimidad como espectáculo. Sabe con quien compartes información, incluso sentimientos; a qué hora enciendes el móvil por la mañana, qué playa has instagrameado, incluso cómo ha mermado tu ingenio en los foros donde se mercadean emociones. Podríamos aventurar también que huele tu perfume en la distancia porque sin querer has filtrado las notas olfativas que te acompañan. A pesar de que quieras mantener intacto tu prestigio, él aprovecha las ranuras por donde se cuelan tus errores, y silenciosamente registra a tus antagonistas, incluso puede que los aplauda siguiendo mensajes de todo tipo, aparentes prolongaciones de tu yo que el nuevo voyeur tecnoconsumista paladea despacio.
Hoy en día, parece que sólo cuentan en la red los que piolan, se sobreexponen y desahogan públicamente sus filias y fobias. Pero una gran cantidad de cotillas silenciosos se frotan a diario las manos en el ágora on line. Deleitarse con las vidas ajenas, protegidos por el anonimato, crea adicción. Como si se pudiera extraer algún valor sabiendo con quién se relaciona uno, a quién detesta, qué lee, marca como favorite o critica… “Descubre” promete la tecla de Twitter ofreciendo el mismo placer al silencioso internauta que apenas posee identidad digital que a aquel que no mesura su desinhibición. Exhibicionistas y voyeurs se encuentran en el ciberespacio procurándose deleite mutuo. Unos y otros permanecen aferrados a una tecnología que parece no exigir nada y a cambio darlo todo. Aunque te desnude.
A menudo los voyeurs a sueldo acaban convertidos en espías que persiguen intereses mediáticos, comerciales o incluso estratégicos. Ser investigado a través de la red se ha convertido en praxis habitual por parte de no pocos aparatos de seguridad, como demuestra lo que acaba de ocurrir en EE.UU. “No quiero vivir en un mundo en que se graba todo lo que digo y hago”, ha asegurado en una entrevista a The Guardian Edward Snowden, un joven de 29 años subcontratado por la CIA para servicios de espionaje informático. Al igual que el soldado Manning, él ha confesado que le mueve la defensa del bien común, y que no está dispuesto a que el mundo que ha contribuido a crear sea peor para la próxima generación porque ya no queden garantías que preserven la libertad personal. Por ello ha denunciado públicamente los programas de espionaje masivo de la NSA que interceptan todo tipo de mensajes, correos, teléfonos, contraseñas, datos de tarjetas de crédito…
El voyeurismo alcanza categoría de paranoia colectiva cuando a ese que denominamos ciudadano de a pie, en nombre la seguridad, se le fisga hasta la cicatriz del alma.
(La Vanguardia)