Joana Bonet
No hay empresa, por insignificante que sea, que no precise de un portavoz. Alguien que dé la cara, que se erija en interlocutor, que abra o cierre las reuniones y que palmee las espaldas de sus interlocutores con cierta desenvoltura. Y no digamos si esa empresa es un país. Un país en crisis, además. Para brindar por los éxitos y solemnizar los adioses, cortar cintas o alentar al pueblo. Mal que nos pese, la representatividad es una exigencia tácita de la vida en sociedad. La rubrica que oficializa una experiencia colectiva. No deja de resultar paradójico que el mejor portavoz y relaciones públicas sea hoy alguien que no ha sido elegido en las urnas. Porque, dejando de lado debates políticos y filosóficos sobre la monarquía -en una España que nunca ha sido monolíticamente monárquica- y también a pesar de la zozobra que vive hoy esta institución debido al llamado efecto calamar -cuya tinta de fatalidad se extiende oscureciéndolo todo-, el príncipe Felipe es la figura pública más solvente. Con él, el pánico al ridículo se desvanece; ya que posee un don de gentes que consiste sobre todo en saber mirar a los ojos y tener soltura en varios idiomas. Y en su estrenada madurez institucional, ha dado sobradas muestras de que se halla preparado para saludar con franqueza, mediar y encabezar un relato nacional, que es lo que se exige de un rey.
Con el paso de los años, acabamos hartos de la pesada colección de tics del poder. De la fanfarronería o la incompetencia, del cinismo, de la grosería y la baja preparación. Y el actual desafecto hacia la clase política, aquejada de una enorme falta de credibilidad, reclama nuevos liderazgos. Por ello, que el Príncipe acuda a la Cumbre de Panamá con una agenda apretada, pero sentado en la tribuna de invitados, sin poder reemplazar simbólicamente a su padre, es una prueba más de la artificialidad e inmovilismo que nos envuelve.
Hace pocos días escuché a Don Felipe dirigirse a los inversores y jóvenes emprendedores, en el II Foro Spain StartUp & Investor Summit, organizado por el IE y puesto en escena, con excelencia, por los hermanos Antoñanzas. Felipe de Borbón habló de “creativación”, de la necesidad social de contar con agentes transformadores, de la adaptación a los cambios por parte de profesionales ávidos de futuro; “cuantos más seáis mejor nos irá”, dijo a los participantes. Pensé en lo frustrante que debía ser que él no pudiera aplicárselo.
En los últimos años, los reyes de Bélgica y Holanda han abdicado en sus hijos, de edad parecida. De la misma forma que surgen nuevos perfiles profesionales denominados “agentes de transformación” las viejas monarquías europeas sacuden sus alfombras, renovándose por dentro y por fuera. Y en España, al menos no se debería cometer el ridículo de temer por el “prematuro protagonismo” del Príncipe. Porque nadie es precoz a los 45 años.
(La Vanguardia)