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El Nobel y el último lobo

Por 15 de octubre de 2025 Sin comentarios

László Krasznahorkai ©Begoña Rivas / Fundación Formentor

Joana Bonet

 

Ocurrió hace un año, cuando al llegar a la recepción del hotel de arena y palmeras en Marrakech me encontré a un hombre con melena blanca y amplia coronilla que recogía sus llaves. Hablaba bajo, y no permitió que le cogieran el equipaje. Era László Krasznahorkai, a quien iban a concederle el premio Formentor al día siguiente, un autor de culto, profundo y crítico con la estupidez.

Farfullé un par de frases al presentarnos, y su mirada me envolvió en la calma que solo emana de las soledades bien iluminadas. Porque escribir es un acto solitario para el que se precisa arreglárselas sin nadie al lado. Pero, aunque no se escriba, hay que entenderse en soledad. Lo decía tan lúcida Maruja Mallo: “El hombre se mide por la soledad que aguanta” – Máscara y compás, gran exposición en el Reina Sofía–. Me refiero a una soledad distinta a la sensación de vacío y miedo, todo lo contrario, a la soledad imprescindible para hurgar en los sentidos de la existencia.

Aquella noche de entrega bajo la luna africana, disfruté del mejor discurso literario que haya escuchado nunca –con la excepción de los de Vila-Matas–. Krasznahorkai prescindió de cualquier teoría o fórmula, pues prefirió relatar su vida desde la literatura, y así fue acercándonos a aquel muchachito delgado que iba a comprar levadura y vainilla azucarada en su Guyla natal, saltando sobre el hormigón, mientras se cruzaba con los miembros de una comunidad bien avenida.

El joven László huyó de la llanura húngara, de una vida que él mismo denominó normal e insoportable. Cortó con todo y después de un intenso periplo se afincó en Nueva York, donde “no quería ser nadie”. Cuando dos décadas después regresó a Hungría, todo había cambiado. De ahí que incorporara la idea del orden perdido a su obra. Más allá del tópico, el escritor dio las gracias a la Grecia clásica, a los escribas de la China imperial, al último lobo de Extremadura, a las primeras treinta y una muchachitas de las que se enamoró perdidamente de joven… y a Dios.

Quienes asistimos al Formentor 24 –fino olfato el de su jurado, encabezado por Basilio Baltasar– esbozamos una amplia sonrisa cuando el jueves dieron el nombre del Nobel de Literatura 25: László Krasznahorkai. No todo está perdido cuando se premia a un escritor cuya vida y obra han sido un combate contra la mediocridad.

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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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