Joana Bonet
Adolescentes ceutíes que sueñan con un barbudo de ojos azules cuyo perfil en Facebook las invita a ser salvadas; muchachas extraviadas en su pequeño cuarto, deseosas de hacer algo grande que dé sentido a sus vidas. También niñas de doce y trece años que son raptadas para castigar y luego escarnecer a su familia porque las mandó a la escuela. Las llaman de forma legítima “esclavas” y “cautivas sexuales”, y la Biblioteca Al-Himma, editorial del Estado Islámico, ha publicado una guía que resuelve las dudas de sus combatientes, por ejemplo: ¿puede secuestrarse a dos hermanas y mantener sexo con ellas? “Sí”, responde la guía antes de ponerse mojigata, “pero hay que violarlas por separado”. En cambio se puede fornicar con los hijos de la mujer delante, comprarlas por 15 euros. Se las puede azotar si se portan mal, aunque “no con fines sádicos”, reza el manual que convierte el crimen en norma.
“EL EI ha publicitado sus propias intenciones mediante estas violaciones”, según desvela un informe de la ONU. “Da la bienvenida a la esclavización de las mujeres yazidíes -religión preislámica que practica mayoritariamente el pueblo kurdo- , proclamando que uno de los signos de la Hora (del Apocalipsis) será cuando ‘la chica esclava alumbre a su maestro’. De forma que pretenden que surja una nueva generación de mujeres conversas dedicadas a criar a los hijos de los guerreros del Estado Islámico”.
Occidente mira horrorizado este nuevo código que aplasta la dignidad de quienes nacen mujeres, por mucho que el Corán dicte que “en justicia, los derechos de las mujeres (con respecto a sus maridos) son iguales que los derechos de estos con respecto a ellas”. Otra cosa son las interpretaciones iluminadas. Como las que han decidido que sus cuerpos, vedados, deben de ser relegados a la esfera doméstica, sólo para uso y disfrute de su propietario. Hace unos días, La Repubblica entrevistaba por teléfono a una chica, cautiva en Raqqa, entre Siria e Iraq, a la que habían dejado mantener su móvil para que pudiese contarle a su familia lo que le hacen como efectivo método de tortura. La chica confirmó que las más pequeñas, violadas tres o cuatro veces al día, pierden el habla. Hace unos meses la solidaridad internacional -y del couché- se entregó a fondo con sus pancartas y tuits pidiendo que las niñas nigerianas secuestradas regresaran a casa. Hay quienes han perseverado en la lucha contra la barbarie fundamentalista de Boko Haram, pero las protestas han perdido músculo y pueden acabar sucumbiendo a la fatiga del millón de causas injustas que aguardan a la nada. Esas legiones de esclavas sexuales, algunas a sólo 15 km de la Península, desgarran el sentido y demuestran que la atrocidad puede llegar a considerarse deber en nombre del honor. Al menos ese Occidente horrorizado podría perseguir el rastro de sus propias armas.
(La Vanguardia)