Jean-François Fogel
Nicolás Sarkozy, el presidente francés, no busca ubicarse en el mundo literario. Mitterrand lo hacía mucho, al provocar filtraciones sobre sus gustos literarios (le gustaba Jacques Chardonne o Julien Gracq) y encontrar de manera muy visible (viajando en helicóptero) a Michel Tournier. Sarkozy no puede ir por este camino: tiene como imagen la de sentirse cómodo en la cultura popular (canciones, televisión y deportes). Entonces, hay que entender como algo muy especial el almuerzo que tuvo lugar el jueves en el palacio presidencial.
Se trataba, de manera informal, de celebrar el cincuenta aniversario del Premio Nobel de Literatura de Albert Camus (nacido en Algeria). Sarkozy había invitado a varios escritores franceses y de África del Norte. «Camus, ha dicho el jefe de Estado francés, no era un conformista con relación a las elites francesas.» «Cada vez que viajo a Algeria, tengo la nostalgia de no haber nacido en África del Norte», añadió el presidente francés, según su portavoz. Es una bonita declaración pero la frase clave tiene que ver con el conformismo.
Sarkozy, me dijo que una de las personas sentadas en la mesa del almuerzo, habló de las huelgas de transporte en Francia, antes de meterse (hablando sin parar) en un vaivén entre Camus y su proyecto de unión de los países del mar Mediterráneo. «No hay filtro entre su pensamiento y sus palabras, no cuida lo que dice y arriesga mucho», me afirmó la misma fuente, lo que explica la voluntad de destacar a Camus. El novelista, que se apartó en su época de los líderes de la comunidad intelectual (Sartre y la revista Les Temps modernes) y de los partidos de la izquierda, no se preocupó por su posición aislada, buscando decir su verdad.
Participaban en el almuerzo: Catherine Camus, hija del novelista, Daniel Rondeau y Olivier Todd, (autores de libros sobre Camus) Jean-Noël Pancrazi, Yasmine Ghata, Richard Millet, Jean Daniel, Amine Maalouf, Colette Fellous y Yasmina Khadra. Basta leer la lista para entender que los tiempos van cambiando. Jean Daniel es el alma del Nouvel Observateur, pero el resto del grupo no se inscribe de manera suave en la galaxia mediática de los intelectuales.