Jean-François Fogel
Con la muerte de Alain Robbe-Grillet (1922-2008) se cierra el episodio del Nouveau roman, el concepto que tanto éxito tuvo fuera de Francia. No se trataba de un movimiento literario, ni de un grupo de amigos sino de la primera configuración de un paquete conceptual listo para su promoción. Al escribir una teoría e inventar una etiqueta con su libro Pour un nouveau roman (para una novela nueva), publicado en 1963, Robbe-Grillet creó una dinámica alrededor de una serie de autores (entre ellos Samuel Beckett, Nathalie Sarraute, Claude Simon, Michel Butor, Claude Ollier, Robert Pinget) que compartían con él una misma casa editorial: Les éditions de Minuit.
Cuando el sitio del diario Le Monde cuenta su vida, no puede decir lo que es obvio: se trata de una gran obra de comunicación a pesar de los libros y después de las películas que llenaron la vida de un ingeniero apasionado por la literatura. Le Nouveau roman era un concepto para universidades norteamericanas donde se escribieron un sinfín de tesis. Pero Beckett, Sarraute, Simon, Butor escribían según sus criterios y la voluntad de configurar un movimiento organizado alrededor de la objetividad del narrador, de la muerte de los personajes, del abandono de la emoción a favor de la mirada fría, no eran más que unas frases en una teoría apartada de una práctica.
Basta leer el excelente blog de Pierre Assouline o el artículo del diario Liberation para entender que la muerte de Robbe-Grillet es la muerte de una figura. La muerte de un creador de productos culturales, no la pérdida del jefe de una escuela como André Breton lo era para el Surrealismo. Pero debemos dañar la influencia del Nouveau roman. Vinculada al deseo de ser un intelectual comprometido y a la fe en las ciencias humanas (supuestamente más cercanas a la verdad que un novelista), la teoría de Robbe-Grillet provocó una degradación de la calidad literaria que todavía Francia no recupera.