Jean-François Fogel
Hablé una vez con José Manuel Prieto. Era un jovencito, un poquito gordo, con una sonrisa transparente. Unos más entre estos jóvenes cubanos que salían de la ex-Unión Soviética a principio de los años noventa y no sabían si volver a su isla hundida en el desplome del campo socialista o viajar por el mundo. Ya estaba en camino hacia México. En París, se encontraba con un grupito de Cubanos en “Le Select”, el café de Montparnasse que fue gran lugar de cultura en la décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado. El tema único era la política, pero Prieto me habló de literatura, de su deseo de ser escritor.
Unos años después, lo reconocí en las fotografías de los suplementos de libros. Había publicado Livadia y Enciclopedia de una vida en Rusia. Las reseñas en las revistas francesas y americanas destacaban un nuevo autor de una elegancia, o más bien de una sofisticación fuera de lo común. Al recordar al joven que hablaba con tanta intensidad de literatura compré sus libros y mi decepción fue total. No podía conectar mi lectura con el desconocido que había encontrado. La verdad es que no podía ni leer sus libros. Su escritura era de una lentitud insoportable. El vocabulario buscaba amortizar la compra de un diccionario. Como se dice en francés, Prieto tenía el defecto de «sur-écrire», renunciando a la espontaneidad y al dinamismo al sobrecargar su prosa de efectos. Era un escritor que se miraba escribiendo.
Ahora, Prieto publica Rex (Anagrama). Tiene que ser una novela distinta, pues por primera vez conseguí leer un libro suyo hasta el final. Es algo fuera de lo común. Cuenta como un joven maestro consigue trabajar para un archimillonario ruso en la Costa de Sol. Se encarga de la educación de Petia, único hijo de la casa. Y lo hace de una manera extraña: utilizando como recurso un solo libro, la Búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust. Es el libro definitivo, que incluye toda la sabiduría del mundo.
La forma (doce comentarios), el tono (una especie de susurro íntimo), el propósito (describir cómo un Ruso que vive cerca de Málaga llega a imaginarse en una reencarnación del Zar) hace pensar a muchos autores. Hay algo de Nabokov escribiendo comentarios sobre literatura en A pale fire, hay algo de Dostoievski cuando Akaky Akakievich se cree el rey de España en el Diario de un loco, hay algo de Proust claro en la voluntad de encontrar la verdadera percepción de una emoción.
Más que un novelista, Prieto me parece un explorador. Busca llevar el idioma español a rincones fuera de lo común. Recordando lo que me decía el joven en el café “Le Select”, tengo la sensación de que no traicionó a su sueño de juventud. Se ha convertido en un escritor, de estos que intentan abarcar a todas las palabras para conquistar al mundo.