Jean-François Fogel
En la interminable búsqueda del eslabón faltante en la cadena que vincula al ser humano con sus antepasados, unos científicos de Boston proponen una nueva teoría. Corresponde a lo que llamamos, en el vocabulario de las perversiones sexuales, zoofilia. En el caso del hombre, que se apartó del mono en una especie distinta hace algo así como 5.4 millones de años, parece que hubo casos de zoofilia muy recientes (un millón de años). Uniones sexuales de hombres con monos serían imprescindibles –explican los científicos– para explicar las huellas y fósiles que estudia hoy la paleontología.
Es cierto, había algo raro en la relación entre Tarzán y Chita. No lo escribo de broma ni pensando en Edgar Rice Burroughs. No, lo que tengo en la mente es la primera novela del escritor catalán Albert Sanchez Piñol, La pell freda. La leí en su traducción al castellano, La piel fría, y creo que me produjo el malestar que compartieron sus lectores en todos los países (ya tiene, en cuatro años, veintiocho traducciones). La historia tiene lugar en una isla remota del Atlántico Sur. Su narrador, un meteorólogo ex miembro del IRA, no encuentra al colega que viene a reemplazar. Al anochecer, al ser atacado por criaturas anfibias con rasgos humanoides que salen del mar, entiende la razón de la desaparición de su colega. El barco que lo llevó a la isla se ha ido. Sabe que le tocará vivir meses de lucha para no morir. Su sobrevivencia es lo que cuenta el libro.
Es un cuento, no es una verdadera novela. Tiene una escritura transparente, sencilla, con un relato cronológico. Es insoportable al principio, aun más sabiendo que las criaturas anfibias se llaman «citauca» (acuatic) y que entre ellas aparece una hembra de una belleza insuperable, «Aneris» (sirena). Me acuerdo muy bien del momento en que iba a dejar, a medio camino, un libro que me proponía anagramas tan baratos. Pero para defenderse, el narrador se aparta del único otro hombre que vive en la isla, un farero alemán ebrio. Consigue encerrarse en el faro y pone a Aneris en su cama. Sánchez Piñol es antropólogo y quizás eso fue lo que me ayudó a seguir en la lectura. Me gustó su fábula filosófica sobre un comportamiento imperialista (conquista del faro, dominio sobre la isla y sus habitantes) aunque lo de hacer el amor con Aneris me parecía más bien una barata meditación sobre la condición humana (un antropólogo tiene que vernos como otros animales).
La teoría que nos viene de Boston hace pensar que quizás en la historia del hombre hubo un episodio tipo «piel fría». ¿Sería cierto lo que imaginó Sánchez Piñol? No he leído todavía Pandora en el Congo, la segunda novela de este antropólogo, pero acabo de leer otra noticia científica que apunta en la misma dirección. Esta vez, se trata del vínculo entre muñecas y dedos humanos y las aletas de los peces. Para decirlo de una buena vez, Albert Sánchez Piñol se quedó corto: en realidad, somos citaucas que aprovecharon su mutación para ligar con monos. De sólo pensar ahora en lo que es la «condición humana» tengo la «pell freda».