Jean-François Fogel
Francia padeció, a manos de unos argentinos, una terrible humillación en la Copa del Mundo de Rugby. Quizás pasó desapercibida afuera, pues el partido de la vergüenza entre los Pumas (la selección nacional de Argentina) y la selección de Francia fue, el viernes por la noche, en lo que se llama la “pequeña final” para los puestos 3 y 4 de la clasificación. Pero una derrota 10-34, con un dominio deslumbrante del equipo argentino, era lo último que faltaba para cerrar la actuación muy pobre de rugbiers (palabra argentina) franceses jugando en casa.
El escenario no era el gran “Estadio de Francia” (80.000 asientos) sino el “Parque de los principios” (43.000) y los príncipes eran los jugadores de la selección albiceleste. Después del partido, un organizador oligofrénico intentó tocar la canción de Edith Piaf “non, je ne regrette rien” (no tengo lástimas) en los altavoces del recinto lo que provocó la rabia del público. Francia lástima su derrota en la copa y lo debe a la falta de calidad de su equipo y al talento de los argentinos que le ganaron dos veces, en el primer partido y en este último.
Es difícil vender los argentinos al mundo hispanohablante. Su exceso de soberbia, su fuerza/debilidad psicológica son a veces insoportables. Pero, más allá de los viejos chistes (“para suicidarse un argentino sube hasta la cumbre de su ego y se tira al vacío”), los Pumas son argentinos especiales. Tienen alma y en la cancha algo de duende. Son los gitanos del mundo del rugby: ocupan la posición tercera en la clasificación de la copa, pero toda su elite pertenece a clubes europeos y su selección nacional no cabe en los grandes torneos de los hemisferios Norte o Sur. Argentina sólo tiene a la copa del mundo, cada cuatro años, para demostrar su calidad.
Lógicamente, cada cuatro años, los Pumas juegan para existir, para recordar su presencia al mundo del rugby, lo que da una emoción vital a su juego, servido por una entrega física y mental total, la “garra”. Es el todo o nada: ganar o, peor que perder, desparecer. El blog de un periodista argentino, Jorge Busico, lo expresa muy bien. Cuenta la copa como un ejercicio de auto-afirmación: los Pumas son grandes en su lema, su oración y también el honesto relato de lo que ve. (Es un el blog de Busico donde encontré la fotografía de los Pumas que viene con esta nota. Es de un fotógrafo, Caro Pierri, que la regaló para la promoción del deporte. La actitud de los Pumas dice todo: cantan su himno antes de derrotar a Francia. Antes de derrotar por primera vez en la copa…)
Como buenos argentinos, los Pumas son víctimas de un exitismo sin límite. Los jugadores gritaban “Pichot Presidente” después del último partido contra Francia. Agustín Pichot es un maravilloso jugador y un gran capitán. Ya sus compañeros lo veían pasar de maestro en un césped a jefe de su país. Pierre Mendes-Frances, que fue el jefe del gobierno francés a mitad de los años 50, describía los argentinos como “el pueblo que habla entre comillas”. Dicen cosas, pero son cosas ajenas a lo que hacen en la realidad. Menos estos Pumas. Vinieron para recordar su existencia. Dicho y hecho. Los Pumas son grandes.