Jean-François Fogel
Por supuesto que Diario de un mal año (Mondadori en España) de J.M. Coetzee es un excelente libro. Una gran meditación sobre los valores morales de nuestra época, el comportamiento de los poderes estatales y la literatura. Coetzee no ha faltado nunca desde Esperando a los bárbaros, no tiene sentido repetir que se trata de un genio cuyo premio Nobel fue muy merecido. Tampoco vale la pena hablar de la trampa clásica de la meta-ficción utilizada en su novela: esconder un libro dentro de un libro. En este caso, un narrador/autor, que podría ser Coetzee (pues cita a libros suyos como obras de este personaje), describe el proceso de elaboración de un libro de reflexiones políticas. Este narrador habla de terrorismo, de la prensa, de la ciencia, de la violencia estatal. Reconoce la existencia del individuo, de la familia, de la nación y se pregunta lo que es una sociedad. Pensamiento de un hombre culto a principio del siglo XXI.
Es excelente, lo repito, pero lo que me interesa es la construcción íntima, página por página de la obra. De hecho cada página tiene tres partes: arriba, leemos lo que escribe el autor, sus reflexiones; en el medio se despliega una narración de la relación entre él y la secretaria que pasa sus textos a máquina; y por fin, más abajo en la misma página, se cuenta la vida de la secretaria con su pareja. Uno puede leer el libro quedándose meramente en una zona y encontrar una narración continua. Pero, al ir y volver de una zona a otra, aparecen conexiones, acercamientos entre pensamientos y comportamientos que configuran un juego de luz y sombra muy hábil.
Salir de la lectura lineal, de un texto que ofrece el hilo continuo de su discurso, desde su principio hasta su final, es el gran reto literario de la época que viene. Internet y las pantallas de los teléfonos móviles ya nos obligaron al prescindir de la continuidad. Al quedarse en una narración lineal, la novela clásica se aparta de la vida, del discurso diario de los caracteres. El libro de Coetzee no es un experimento. Es un signo adelantado de lo que viene. Habla ampliamente de Ezra Pound, el poeta. "Los artistas son las antenas de la raza", decía Pound. Coetzee se comporta como un artista al detectar el mundo que viene.
Su solución es ingenua, limitada (dividir una página en tres es todavía poco invento) pero debemos ver su intento como la voluntad de actuar al nivel de lo que ve el ojo: una página o una pantalla. Rayuela, la novela de Cortázar con sus 155 capítulos ofrecía una solución a nivel global del libro entero (era una obra lineal hasta el capítulo 56, prescindiendo de un orden para los últimos 99 capítulos). También existe el caso del Diario de una mujer adultera (Diary of and adulterous woman) de Curt Leviant (creo que no existe una versión en castellano). Es un clásico de la literatura judía que ofrece un relato contado tres veces a través de los tres puntos de vista de los tres protagonistas (es decir, una técnica muy parecida a la de Faulkner) pero que añade un index, de A hasta Z, para visitar a fondo ciertos temas.
En todos los casos (Cortázar, Leviant o Faulkner) más allá del placer de la lectura es todavía imposible olvidar durante la lectura que se trata de una arquitectura artificial. La solución de Coetzee no es óptima tampoco, pero me parece mejor por su voluntad de desarrollarse en lo que ve el ojo. Caminamos hacia el texto no lineal.