Jean-François Fogel
Es el ensayo más inesperado del verano. Un artículo del novelista Paul Greenberg, A Fish Tale (un cuento de pez), publicado por el suplemento de libros del New York Times. No sé si el artículo es todavía de libre acceso en el sitio, pero su tema es una pregunta que parece inverosímil: ¿En qué medida Ernest Hemingway tiene la culpa de la desaparición de los peces grandes? Los peces grandes de la pregunta son los peces marlines (azul, negro, etc.), el pez vela, el pez espada, es decir los “peces perciformes, grandes y comestibles que se pescan como deporte”. Todos estos peces han sido resumidos en uno solo: el pez gigantesco de El viejo y el mar.
Según un artículo de la revista científica Nature del año 2003, el 90% de estos peces desaparecieron durante el último medio siglo. Y como siempre frente a una catástrofe se busca un culpable. Greenberg no dice que Papa Hemingway sea el único responsable, pero sí lo define como un hombre cuya actividad contribuyó de manera notable a vaciar el mar de sus peces grandes.
Sobre lo que hizo Hemingway tenemos muchos datos. Descartando sus mentiras, que fueron muchas, quedan el diario de su barco, El Pilar, y las fotografías, las famosas fotografías del gran escritor al lado de un pescado colgado por la cola desde una grúa. Greenberg se dedicó a recopilar las fotografías en los archivos. Sabiendo que solo se sacaba fotografías con los pescados muy grandes, y conociendo la voluntad de no posponer la hora del coctel, Greenberg estima que Papa se sacó fotografías con el 10% de los pescados. Llega así a un número de 40 animales, que corresponde al balance del propio escritor en su declaración más razonable: 91 peces marlines sacados del agua en los años 1932, 1933 y principios de 1934 (el dato figura en un artículo de Esquire de agosto de 1934).
Ahora, un poco de matemáticas: el ratio normal de Hemingway, según las fotografías, es de cuatro peces marlines por un atún de aleta azul; su actividad de pescador abarca veinticinco años; entonces podemos calcular un balance final de 800 peces marlines y 200 atúnes de aleta azul. Si quitamos la mitad (Papa devolvía los peces al agua en muchos casos), e incluimos este dato: la tercera parte de los peces devueltos no sobreviven a las heridas del combate, quedan 530 peces marlines y 130 atúnes de aleta azul. Eliminamos los marlines blancos y con rayas (por ser pequeños), quedan 250 marlines y los 130 atúnes.
¿Cual habría sido la descendencia de estos peces, pregunta Greenberg, al final de cuatro generaciones? (generaciones de peces, claro, no de escritores). Llega el resultado escalofriante: el impacto de la pesca de Hemingway queda hoy en la ausencia de 78.000 marlines azules y 18.000 atúnes de aleta azul. No es poco si se conoce la estimación de la población mundial: entre 100.000 y 400.000 para estos marlines, y entre 20.000 y 30.000 para estos atúnes de ala azul.
Claro, Greenberg no acusa a Papa de manera directa (no se puede presumir lo que habría sido la vida de los peces faltantes) pero denuncia las malditas fotografías del escritor al lado de sus pescados tanto como la publicidad dada a la hazaña del viejo en la novela. “Los pescadores buscan una fotografía a la Hemingway” dice Greenberg al hacer un pronóstico: los textos de Papa serán utilizados en el futuro como documentos históricos, para contar cómo era el mar cuando había peces grandes.
Por mi parte, no echaré la culpa de nada al gran escritor. El artículo de Greenberg me obligó a releer las tres crónicas de Hemingway sobre la pesca publicadas en Esquire. Descubrí una teoría tonta en la crónica de agosto de 1934: todos los marlines, dice Papa, blancos, negros, con rayas, hembras y machos son en realidad varias etapas en la vida de un solo pez, el marlín. Sabía de literatura y también de pesca, pero de zoología, nada.
Ahora voy por Greenberg: no debería enfocarse tanto en los peces. Existe también la literatura. En abril de 1936, poco antes de salir para la guerra de España, Papa publica otra crónica, una maravilla, sobre estos pescados: “son unas cosas extrañas y salvajes, dice, con una velocidad increíble y también con potencia y belleza”. Y da, de manera muy convincente, su razón para pescar: ver y sentir la potencia de estos peces grandes, lo que “sin pescarlos sería imposible”.