Jean-François Fogel
Milan Kundera acaba de releer Cien años de soledad y lo dice en un artículo publicado ayer en el suplemento de libros del diario francés Le Monde. De su opinión sobre la novela, cuya reedición arrasa en este momento la competencia en todas las librerías del mundo hispanohablante, no sabemos nada, pero la obra de Gabriel García Márquez provoca su interés por la demografía literaria con una proposición: “los protagonistas de las grandes novelas no tienen hijos”.
Según Kundera, la mitad de los héroes salen de las novelas sin reproducirse. No hay que entender francés para enterarse de la composición de la lista de personajes sin descendencia en su artículo: el Quijote, los héroes de Stendhal, de Balzac, de Dostoievski, etc. La explicación de aquella esterilidad tiene que ver con la esencia misma de la novela en los tiempos modernos: una disciplina que aísla un individuo para decir todo sobre su biografía, sus ideas, su sentimiento hasta transformarle en el centro del mundo.
Esta visión, según Kundera, corresponde a una especie de sueño: creer que en cada vida cabe todo lo necesario para la realización de un individuo. No es así, opina el autor checo que tomó la nacionalidad francesa: hay un antes y un después en una vida humana; existen los hijos para asumir la inmortalidad de los padres. Pero en Macondo, se termina el sueño: no hay un personaje que aguanta toda la historia, ni la vieja Úrsula, la matriarca de la familia, que muere a los 120 años, es decir mucho antes del fin de la historia. “El centro de la historia no es un individuo sino una procesión de individuos” que tienen nombres muy parecidos, con los Buendia, Arcadio, Aureliano, primero, segundo, etc. Para Kundera, se trata de un cambio mayor. “Tengo la impresión, dice, que esta novela, que es una apoteosis en el arte de la novela, es a la vez una gran despedida a la época de la novela.”