Jean-François Fogel
Después de recorrer el “viejo nuevo mundo” (segunda mitad de Páginas coloniales de Rafael Gumucio), me encuentro con una alternativa. De dos cosas una: o entregar una fe de erratas con relación a lo que escribí en el post anterior; o reconocer que acabo de redescubrir con estas páginas las Américas, una tierra que no se parece a Europa. Voy por los dos. Y con tremendo entusiasmo, pues Gumucio respira de otra manera al otro lado del Atlántico pero sigue siendo un ensayista de primer orden.
Fe de erratas:
Al contrario de lo que se publicó antes (es decir abajo) en este blog, Gumucio puede ser un reportero. No renuncia a su condición de ensayista, pero trae también imágenes, colores, lenguajes ajenos hasta configurar el panorama completo de una realidad. Cuando dice “la pobreza es el drama de Haití; su tragedia es la belleza” se acerca de perfil a la noción de belleza, hablando de la ropa de una persona, de un formalismo cuidadoso de la apariencia que poco a poco construye el contraste entre la basura repugnante de las calles de Puerto Príncipe y el almidón que arma las impecables camisas blancas. Se huele al uno tanto como se siente la textura del otro.
Aún mejor: un retrato de Buenos Aires arruinada en el otoño del 2002. El texto es corto pero hace pensar al Naipaul de La muerte de Eva Perón. Me gusta la agudeza casual en el momento de apuntar “el daño que le hizo el rock a la Argentina, al ofrecer al apasionado hincha de fútbol una manera de continuar toda la semana su anarquismo pagado por papá y su resentimiento ruidoso y vacío”. La Bombonera, Charly García, Fito Páez y otro partido: el ciclo de la vida diaria. Me encanta también la manera directa de retratar un pueblo que pasó del modelo económico de la “Pizza con champán” a una explicación absurda y veraz del deterioro global de sus sueños individuales: “Éramos ricos, nos robaron; ahora, somos pobres”. El diagnóstico es acertado: la muerte fue provocada, como para Borges o Perón, por una crisis aguda de inmortalidad.
Redescubrimiento de las Américas:
Gumucio utiliza más una cámara que un bolígrafo cuando pinta a varias ciudades. Sus bocetos tienen chispa y se leen como una serie de definiciones.
Ottawa: “lo que queda de cualquier capital de Norteamérica cuando le quitas toda idiosincrasia, color o interés turístico”.
Nueva Orleáns: “una cansada puta que participa de la fiesta con descuido, contando de antemano el dinero que ganará y los destrozos”.
Ciudad de México: “la ciudad mas descentrada del mundo”.
Nueva York: “la ciudad del Primer Mundo que más se parece a una capital del Tercero”.
Ya he dicho a propósito del retrato de Buenos Aires que Gumucio alcanza en las Américas un nivel que no tenía al pasear por Europa. Cuando escribe “En los balcones la maleza vence al cemento y carcome al bronce” estamos tanto en un verso de Reverdy como en la metáfora de la imposibilidad de quedarse inmóvil frente a la crisis argentina. Obviamente, aquí hay una especie de vitalidad eléctrica que es lo que anima a la prosa de Gumucio en sus momentos de duende. Culmina con un texto para quitarse el sombrero frente al autor, una pieza fragmenta titulada “11 tesis sobre Nueva York”. Se puede comparar, de manera muy favorable, con el clásico Here is New York de E.B. White o con las primeras páginas del retrato de la ciudad que publicó Paul Morand. Nada menos.