Jean-François Fogel
Se termina hoy, lunes, la Feria Internacional del Libro (FIL) en Guadalajara (México). El evento procura todavía una sensación extraordinaria por la acumulación de libros. No hay otro lugar como éste para tocar papel y vivir la vida tal como la imaginaba Flaubert: «una orgía de lectura». Tampoco se puede negar la dimensión internacional del acontecimiento. El invitado de honor fue Colombia, pero hay espacio para todos. Creo que aparte de Belize (que quizás se esconde), no hubo un ausente. Miles y miles de jóvenes pasaron por el recinto y escucharon las conferencias más tontas o sabias.
Llegando a la FIL, me preocuparon especialmente los jóvenes al descubrir desde la autopista un anuncio gigante de las librerías Gandhi. Hacen mucho por la lectura en México, pero me parece insoportable un anuncio que muestra, escrito en caligrafía, dos palabras repetidas: debo leer, debo leer, debo leer… Nadie tiene que leer. Nadie debe obligarse a leer. Exhibir una publicidad como esta frente a los jóvenes es crear una culpabilidad como camino hacia el placer. No hay una casa de citas o un prostíbulo en toda América Latina que ponga un cartel diciendo debo follar, debo follar, debo follar… Al contrario, promueven el amor, el romanticismo, la discreción compartida, de ninguna manera el intercambio sexual. Hay que acercarse a la lectura como a cualquier otro placer: no es un deber.
De ser joven en la FIL, aparte del anuncio de Gandhi, mi mayor molestia habría sido la presencia ineludible de figuras que tapan por completo el paisaje. Sabemos que en este continente sobran los héroes. Pero sería bueno, ya, decidir que no se hable más de cuatro de ellos por una sola razón: sobredosis. Al salir de Guadalajara propongo la revisión de la publicidad de Gandhi y un pacto de silencio en torno a estas cuatro personas.
1. Frida Kalho. Me gusta su pintura, pero ella, ya no la soporto, con o sin su bigote, dentro o fuera de su casa azul. Está en todas partes, libros de arte, revistas, ensayos, biografías. Su centenario fue interminable. La podemos quitar por un rato y a su elefante de marido también. Es una gran artista. Ambos son grandes artistas, pero basta. Demos espacio a otra pintora.
2. Ernesto Che Guevara. Es otro aniversario interminable: murió hace 40 años. Y se le vuelve a matar cada día en libros, revistas, ensayos, biografías, películas, etc. Quizás sería bueno para la Revolución cubana cocinar otro héroe o por lo menos prescindir de la fotografía del Che por Korda, con su boina, su mirada negra, su cara rígida como el telón del teatro antes de la tragedia. Aquella fotografía está en tantas tapas que todos los libros sobre el Che se parecen a un producto doméstico disponible en múltiples envases. No puedo más.
3. Carlos Slim. No tengo nada en contra de los ricos. Y nada en contra de este señor. Pero ahora que América Latina incluye al hombre más rico del mundo hay una verdadera pasión para entender cómo vive un hombre que goza de monopolios otorgados por un estado. No es una buena propaganda para el capitalismo que supone competencia y riesgo. Tampoco es buena publicidad para México. Esperemos una verdadera acción del presidente Calderón en contra de los monopolios antes de volver a Carlos Slim.
4. Al Gore. Es algo terrible: no hay en América Latina un símbolo del combate contra el recalentamiento de la tierra. Se podría buscar una foca de la tierra del fuego o un mono amazónico, pero por el momento, no hay un animal conocido por todos y amenazado por el cambio del tiempo. Sólo este gringo, ex-vice-presidente, gordito, aburrido y feliz de borrar su derrota en una elección presidencial con un premio Nobel. Estoy harto de su libro, su cara, su DVD, su película, su presencia que nos tapa el planeta.
Me gusta mi nota: arreglar el destino de Gandhi, Khalo, Che, Slim y Gore de un tirón no está mal. Debemos cuidar a los jóvenes.