Jean-François Fogel
Esperando el resultado de las elecciones en México me puse a releer A visit to don Otavio de Sybille Bedford. La verdad es que no necesito elecciones para volver a leer el libro de viaje más gracioso e irónico que se pueda imaginar. “Claro que es una novela” dijo Bedford una vez a Bruce Chatwin. No existe nadie en México que se parezca a Don Otavio, el administrador de una hacienda que transforma sus huéspedes en reyes sin cobrar un peso.
Bedford viaja después de la Segunda Guerra Mundial. Es una gran dama europea pero habla castellano y no tiene prejuicios. Su visión es mucho más profunda de lo que parece. Su análisis de la economía de los indios tarascos es para mí un modelo de descripción de lo que fue la pobreza en esa época. No hablo del concepto de pobreza que definen las estadísticas de Naciones Unidas, aquella vida con menos de un dólar americano por día, sino de la percepción de la pobreza cuando uno vive fuera de la economía monetaria. La vida sin plata en las comunidades agrícolas del inmenso país era una vida obvia para la mayor parte de los mexicanos en la época de Don Otavio. El trueque servía para conseguir todo, es decir casi nada; y se compraba solamente sal, fósforos, billetes de loterías y ceremonias en la iglesia. Hasta el último momento de la campaña presidencial, Andrés Manuel López Obrador se comprometió, de ser presidente, a no aplicar la cláusula del acuerdo comercial con EE. UU. que elimina en 2008 los aranceles sobre la importación de frijoles y de maíz. Es claro que así pretendía proteger, en una época de globalización, lo que Bedford describe como “el esquema de la civilización agraria desde antes de Babilonia”.
Habrá que esperar que se confirme si, como lo dicen las primeras informaciones, Felipe Calderón tuvo más votos que López Obrador. Y nadie sabe si habrá una proclamación pacífica del resultado. Cuando Bedford, con una utilización deslumbrante de la enumeración, resume la historia de México después de la independencia, termina con una frase escrita en letras mayúsculas: BUT THERE WAS NEVER ANY PEACE. Es cierto: nunca hubo paz. Y tampoco hubo mucho país. Me llama la atención lo que nota Bedford. A fines de los años cuarenta, muy pocos mexicanos vivían en México. Unos vivían en Ciudad de México, sí, que era la capital. Y la palabra México no podía designar otra cosa que aquella ciudad. El país como tal no tenía nombre. Se decía, según Bedford, la patria, la península, la república; se utilizaban metáforas como la altísima águila o el cordero sangriento; nunca se decía Estados Unidos Mexicanos; como concepto, el país no existía para la mayor parte de sus habitantes.
El resultado principal de la elección ya lo tenemos: por segunda vez, fue derrotado el candidato del PRI. Es el fin del partido que albergaba una centralización/descentralización única de la vida política con un presidente heredero de Montezuma en la capital y gobernadores vice-reyes de la corona en cada estado. Es el mundo político que describe Bedford (ya el PRI estaba en el poder), de un lugar que no es un país, es más bien un imperio muy descentralizado, centrifugado. Un mundo que quizás descansará en paz y en los libros de Bedford o de Enrique Krauze, cronista de la última época. RIP PRI.
(Pregunta: ¿puede ser que no exista una traducción al castellano del libro de Beford? Me parece increíble. Busqué algo sobre los viajeros ingleses en México y solo encontré una página de la Universidad de Murcia. No es definitivo, pero algo es algo).