Jean-François Fogel
Este es el buen momento para hablar de William Boyd. Boyd, el novelista inglés. Nada que ver con el William Boyd que fue el bajista del grupo de rock Evanescence. Y nada que ver tampoco con William Boyd, actor de segunda fila que hacia películas del oeste como Cuando habla el gatillo. Como actor tuvo una vida imposible, pues había otro William Boyd que se dedicaba al teatro. Uno era nombrado como William Boyd, otro era William Stage (escenario) Boyd. En el final, era un dolor de cabeza para poco talento, lo que no es el caso del novelista. Tiene talento y sus libros no procuran dolores de cabeza. Son tan fáciles de leer que llegan a provocar la sospecha de la crítica más formal como en el Times Literary Supplement: ¿No se trataría de un novelista barato? Al contrario, Boyd es un gran profesional que conoce su oficio a fondo lo que no hace decir que se decida al ocio en lugar de la literatura.
Su última novela, Sin respiro (Alfaguara, 2007) se encuentra en la mesa de todas las librerías de España y América Latina. La leí, como todos sus libros, en el momento de la publicación, en inglés. Ya podía sospechar lo ineludible: las críticas hablando de una versión Graham Greene de Boyd pues su libro cuenta una historia de espionaje. Primer error: si buscamos un autor de novelas de espionaje sería mejor referirnos a John Le Carre. Hay en Boyd una manera de disfrutar del concepto de la traición que hace pensar en el maestro de la guerra fría, no en el especialista en pecados humanos.
Boyd ha escrito una muy buena novela de espionaje, pero a su manera, la del joven escritor que deslumbró a todo Londres con su primera novela Un buen hombre en África. Para ser un aprendiz tenía un dominio fenomenal del más mínimo detalle, ya se notaba la calidad de los personajes de según rango, la precisión y la potencia en la manera de construir el escenario, una arquitectura de hormigón y una mirada a la Evelyn Waugh en el momento de hacer su cuento.
Sin Respiro es un cut-up. Cada capítulo alterna entre la existencia de Eva Delectorskaya, espía británica de origen ruso durante la Segunda Guerra Mundial, y la vida de la misma persona, ahora, que vive bajo el nombre de Sally Gilmartin. Como siempre, el presente está lleno del pasado. La historia va de Francia a Bélgica, Inglaterra y EE.UU con una tremenda velocidad. Boyd utilizó como tela de fondo la historia acertada de una red de espionaje inglés en Estados Unidos a principios de la Segunda Guerra Mundial lo que da un entorno sorprendente a las aventuras de Eva / Sally.
Como siempre, se nota la influencia de la escritura de guiones de cine en el trabajo de Boyd. Para mí, su mejora novela “clásica” sigue siendo la segunda, Como nieve al sol, con su retrato de África del este en la época colonial. Pero no sospecho sus novelas de ser contaminadas por el cine. Boyd hizo películas para la BBC sobre sonetos de Shakespeare y adaptaciones de Waugh, lo que hace decir que sabe combinar el clasicismo con otro modo de narración. Al tocar el género de la novela de espionaje no actúa de otra manera. El debate, permanente en Londres, para decidir si Boyd se dedica al entretenimiento o a la literatura no tiene sentido. Es un escritor que decidió no aburrir al lector. Su novela es una lectura de verano pero vale también para las otras estaciones.