Jean-François Fogel
No hay peor mes que junio para un parisiense cuando se trata de un viaje de dos días a Santiago de Chile. Pasar de las largas tardes llenas de promesas del verano en los cafés de París a la luz rosada del atardecer sobre las nieves de Los Andes es el mayor impacto que se puede recibir. Ya estamos en invierno, y lo sufren los estudiantes de la Universidad Diego Portales. No se quitan su abrigo durante una pequeña charla en la cátedra Roberto Bolaño. Viajé para dar esta charla y me encuentro con algo obvio: Bolaño es muy grande para un país chiquitito y ajeno.
No hablo de una caricatura del escritor y del pequeño audiovisual que se muestra en la sala del encuentro. Hablo de lo que me pasó con cinco, seis o siete personas en dos días. De manera directa o casual, sin pensarlo o con interés real me preguntaron sobre Bolaño, su fama, su posible influencia sobre los autores europeos. Aunque se metió en la escritura en México y produjo la mayor parte de su obra en España, no hay duda: para los chilenos, Bolaño es de Chile. Es uno más en la casa y no hay manera de olvidarse de su presencia. Es una figura intocable, un mito. La Universidad Diego Portales publicó a mi juicio el mejor libro de Bolaño: Bolaño por sí mismo, una compilación de entrevistas con una tapa roja/naranja. Pero lo que acabo de escribir es la frase irresponsable de un francés. Los chilenos viven frente al mito del gran escritor y no pueden blasfemar: la obra literaria está por encima de los sub-productos mediáticos.
Al irme me regalan otro libro editado por la universidad: La otra casa, unos ensayos de Jorge Edwards sobre escritores chilenos. ‘La otra casa’ es la casa que tenemos en el mundo de los libros. Edwards es bueno y a veces muy bueno (sobre Nicanor Parra, Enrique Lihn y Pablo Neruda). El último ensayo de su libro se titula Sombras y apariciones. Es un texto sobre… , sí cómo no, Bolaño. "Un caso literario y un escritor excepcional" dice Edwards, que se debe vincular con Jorge Luis Borges ("un escritor de escritores y para escritores") y Nicanor Parra ("un anticuentista y antinovelista"). No sé si se trata de un elogio. Me explico: según Edwards, Bolaño no es un escritor para los lectores y su obra es una anti-obra. Con un crítico como éste uno no necesita enemigos. Pero me gusta este análisis y me convence aún más de lo que provoca Bolaño hoy en Chile: una sensación incómoda; ocupa mucho espacio y el país queda chico y cada día mas frío al acercarse el invierno.