Jean-François Fogel
Para los novelistas franceses hay un territorio imposible de alcanzar: Bélgica. Sobre todo la parte de habla francesa. No recuerdo una obra mayor que se ubique en Bélgica, excepto unas novelas de Georges Simenon. Era el único autor francés que sabía escribir sobre Bélgica; Simenon era belga.
En Bélgica hay algo imposible de entender y, por supuesto, de captar por un novelista francés: la manera en que funcionan las emociones, la conexión entre las emociones y el poder, y por fin los puntos de entrada a lo que pasa en una sociedad, sus síntomas de vida. Por estas razones quedo desconcertado y también deslumbrado por el último libro de Juan Gabriel Vásquez: Los amantes de todos los santos (Alfaguara). Mi reacción va del malestar, pues son cuentos cuyo argumento lo ponen a uno muy incómodo, a la admiración por su manera de ubicarse en un territorio que se visita les yeux pleins de brouillard como él dice (los ojos llenos de niebla).
Qué camino. Con Los informantes, Juan Gabriel Vásquez parecía prometido a un destino de novelista colombiano de Colombia. Su Historia secreta de Costaguana, a pesar de tener lugar en Panamá, lo llevó a tener la visión eficiente sobre los seres humanos de un autor anglosajón, claramente Joseph Conrad. Y ahora, cita a versos de Longfellow antes de escribir cuentos negros ubicados en una parte triste de Europa. Son historias (una muestra aquí) con maridos violentos, niños muertos, desamor, asesinato (con veneno) y recorridos malos de noche en carreteras perdidas. Es un mundo donde podría trabajar el detective Maigret. Es el olor, el calor y la ausencia de color (prefiriendo a matices de gris) de la prosa de Simenon. Lieja, Bruselas, Aywaille, Hamoir, Marche, las Ardenas: es una geografía sorprendente para una novelista colombiano (no nació en tierras calientes, verdad, pero Bélgica no es tierra de cachacos). Unos de los cuentos llegan hasta París o l’Isle-Adam, en Francia. Conozco a l’Isle-Adam y, aunque Juan Gabriel Vásquez no dice nada de la ciudad, era muy fácil reconocer la humedad triste de sus grandes árboles, aquella sensación de estar en ningún lado, no es un suburbio de París y tampoco una ciudad de la provincia. Este autor tiene madera, como se dice en España.