Jean-François Fogel
Dentro de la larguísima lista de los errores que cometí en el año 2006 hay uno que no se puede perdonar: se me escapó el trigésimo aniversario de uno de los mejores libros de ciencia política en idioma español. Peor aún: se me fue el único libro cuya lectura era imprescindible durante la elección presidencial en Venezuela: Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel.
Tengo una buena copia de la editorial Criteria de Caracas. Durante años utilicé una vergonzante fotocopia (mejor dicho: un robo) que salía de una biblioteca de Barcelona. La Barcelona de Cataluña, nada que ver con la de Venezuela. Lo digo para que nadie crea que se trata de un libro intra-venezolano. Carlos Rangel (1929-1988) era venezolano por su nacionalidad, pero su trabajo corresponde a un verdadero intento, a través del ensayo, de configurar una visión de la civilización latinoamericana.
La obra tiene una ambición descomunal al abarcar toda la historia del continente desde las sociedades precolombinas hasta la revolución castrista. No es un libro cómodo para los promotores de explicaciones baratas. El punto de salida no puede ser más estimulante; es la vieja pregunta: ¿Cómo se explica el éxito económico de EE. UU. frente a las dificultades crónicas de América Latina?
La respuesta tiene que ver con el psicoanálisis colectivo (es decir, el estudio de los paradigmas de la Historia). América Latina da por cierta una visión equivocada, mentirosa, engañosa de su pasado y su presente al ignorar dos verdades demostradas por Rangel:
1. El imperialismo americano, que ha existido y existe todavía, es una consecuencia y no una causa de la impotencia de América Latina para administrar su espacio político y económico.
2. Las revoluciones con sabor a caudillismo y autoritarismo no son organizaciones que buscan romper con el pasado sino que perpetúan los males de las sociedades precolombinas.
Transferir la culpa del atraso económico y social al mundo exterior (EE. UU. y/o empresas multinacionales) fue durante décadas el colmo del pensamiento en un continente que hablaba de “dependencia” o de “injustos términos del intercambio” como de una visita del diablo a una iglesia. Rangel no tiene dificultad para demostrar que la culpa de los fracasos es interna: el fallo de la unidad bolivariana (frente a la construcción del poder federal de EE. UU.) es un fracaso hecho en casa, entre latinos; tal como el auge continuo de nuevas oligarquías apoyadas en tantos países por poderes políticos corruptos.
Lo bueno de Rangel es su capacidad de desafiar tanto a la izquierda como a la derecha. Es imposible releer su libro sin pensar en la última elección en la república bolivariana de Venezuela. Cuando habla de la destrucción de la libertad de prensa, de las almas justicieras que se esconden en la ropa del caudillo, uno tiene la sensación de leer un libro de actualidad. ¡Uh Ah, Rangel, no se va!