Jean-François Fogel
Soy un fanático del blog de "La petite Claudine". Como llevo varios años leyéndolo tengo una cierta idea (quizá equivocada) de su autora. Me imagino a una persona culta pero de doble cultura: que tiene el clasicismo en su ROM (Read only memory) y la novedad digital en su RAM (Random access memory). Creo necesario añadir algo de fantasía sexual y de gran interés por el diseño para completar una personalidad y tono que no se puede comparar con otra oferta de contenido en la red.
Leyendo el último post, "El mundo en veinte tomos", he descubierto por fin la confirmación de mi sospecha: la autora del blog es una inmigrante en el mundo digital. Una inmigrante de verdad: tuvo otra vida antes en el mundo pre-digital. Se siente cómoda frente a la pantalla, pero su "isla del tesoro" es de papel; en su caso se llama ETJ: El Tesoro de la Juventud. La manera en que Claudine habla de esta obra nos recuerda a todos una emoción sencilla, potente, honda, ineludible: encontrarnos con lo que fuimos por la mera magia del reencuentro con una lectura de nuestra juventud.
Desconozco por completo esta enciclopedia de 7.172 páginas pero, como francés, crecí con algo parecido al ETJ, que era la colección completa del Journal des voyages. Somos también y quizá -sobre todo- lo que hemos leído.
Por eso, al leer el post de "La petite Claudine", que tiene que ver con Nabokov y Cortázar y un cuadro de Joachim Patinir, uno tiene que pensar en lo que hacemos al conectar jóvenes a la red: seres distintos. Mi juventud y el principio de mi vida adulta fue una serie de encuentros con obras cerradas (mejor dicho con libros) que me tenían prisionero y feliz entre sus páginas. ¿Dónde se configura ahora una inteligencia y dónde se ubican las emociones en un sistema abierto? No lo sé pero hay que leer a esta maravilla de la petite Claudine por el mero placer de seguir su emoción y para preguntarnos ¿cuál es el ETJ de la era digital?