Jean-François Fogel
No faltan los artículos, necrológicas y otros saludos para John Updike, quien murió hace un par de días. Su revista, The New Yorker, le dedica un gran espacio en línea; el Los Angeles Times hace una rápida y buena valoración (me gusta la idea de recordar a un Updike malo como con su novela the coup y aun peor Brazil que es una mala caricatura de América Latina). Me parece mejor releer una clásica entrevista publicada por El País. Es Updike en sí mismo, el hombre del noreste de EE. UU., escritor clásico y artesano que consigue vender a los clientes de la industria cultural.
Como millares de otros periodistas, entrevisté también a John Updike. Era los años 80, en su casa, cerca de Ipswich. Mi recuerdo es el espectáculo de un hombre rodeado de libros. Había tantos libros que formaban una barricada entre el hombre y la vida. Por eso me parece que al final Updike fue antes de todo un gran crítico. Pero un crítico con corbata y trajes Brooks Brothers, crítico de un arte siempre bien peinado.
Al enterarme de su muerte revisé dos libros suyos que quedaban a mi lado: Picked-up pieces y Hugging the shore. Abarcan 1377 páginas de compilación de sus críticas literarias. Se ve un dominio fenomenal de la literatura clásica. Y una lectura amistosa de la literatura moderna (con generosidad hacia sus compañeros). Pero al final se nota una cosa en este hombretón abierto a la literatura del mundo entero: no fue capaz de entender lo que se escribía en América Latina. Y noté sobre todo un rasgo muy significativo: para él, el gran autor de la otra América era Borges, lo que dice mucho de un temor a la vida no filtrada por la voluntad de ser culto e inteligente en el momento de describir la vida.
El interés por Borges, cuando viene de fuera, siempre es el síntoma de iuna dea de encontrar un escritor que tenga algo de europeo en América Latina.
(Fotografía: Milwaukee Public Library)