Jean-François Fogel
Como cada año, Chile conmemoró el 11 de septiembre de 1973. En este día un golpe militar derrocó al presidente Salvador Allende y puso en el poder a una Junta Militar cuya figura más visible y al final única fue el general Pinochet. Los asesinatos, las desapariciones, el enriquecimiento acelerado de ciertas personas y la supervivencia de un país durante dieciocho años de gobierno militar empezaron con el muy conocido episodio del bombardeo del Palacio de La Moneda, en Santiago de Chile, por aviones de las FF. AA. de Chile. La imagen del golpe es el humo que sale del palacio presidencial. Pero la conmemoración ya clásica del 11 de septiembre no se hace siempre ese día, ni tampoco en La Moneda, sino el día que mejor conviene, con una marcha hasta el memorial que recuerda a las víctimas del régimen militar en el cementerio central de la capital.
Este domingo, durante la marcha, unas decenas, quizás medio centenar de manifestantes con el rostro tapado, intentaron provocar disturbios en el centro de Santiago. Tiraron pintura roja sobre los muros blancos de La Moneda donde una pequeña bomba «molotov» consiguió el principio de un incendio en una ventana. Hubo unas llamas, un poquito de humo y una declaración de la presidenta Michelle Bachelet, consternada de ver las imágenes (no estaba en el lugar) de "La Moneda en llamas, como hace 33 años". La mandataria dijo que nadie tiene derecho a atentar contra La Moneda porque «los símbolos patrios como la bandera, como La Moneda, son símbolos de democracia que pertenecen a todos los ciudadanos».
Claro que la bombita de La Moneda no se compara con los hechos terribles del golpe, documentados de manera definitiva por una Comisión Nacional de verdad y reconciliación pero en este caso la presidenta chilena se preocupó de la mala memoria traída por la presencia de un símbolo del pasado: humo en un ventanal del palacio presidencial. El símbolo, para ella, no se puede apartar de los hechos.
Por su parte, el presidente venezolano y bolivariano Hugo Chávez Frías se dedicó también a la misma problemática pero dentro de un proceso que funciona al revés: buscando desnaturalizar los hechos para eliminar el símbolo. Hablando de otro 11 de septiembre, el del 2001 con el atentado contra las torres del World Trade Center en Nueva York, el mandatario declaró el martes que "La hipótesis que cobra fuerza… es que fue el mismo poder imperial norteamericano el que planificó y condujo este atentado». Al recopilar todas las teorías conspirativas sobre el atentado, Hugo Chávez fingió ignorar que la población civil de EE. UU. fue víctima y no promotora de un ataque terrorista que provocó 2.948 víctimas.
Sumando las desapariciones, hubo en realidad 2.996 víctimas del terrorismo ese día. Lo que permite a EE. UU. disponer, en la parte sur de Manhattan, de un lugar simbólico para justificar la “guerra al terrorismo” de su presidente. Al cambiar la naturaleza y el sentido de estos hechos (para los que lean el inglés, existe una demoledora refutación de las teorías conspirativas), Hugo Chávez busca, al contrario de Michelle Bachelet, eliminar la existencia de un símbolo. Son ejercicios de memoria política que recuerden la visión de Paul Valery: “la mentira y la credulidad se acoplan para engendrar la opinión”; la bombita no era bomba y el atentado era de verdad.