Javier Rioyo
Creo que desde aquella ya lejana Impostura he seguido fielmente la obra de Enrique Vila-Matas, el más interesante de nuestros escritores. Hay mejores narradores, cuentistas o ensayistas pero ninguno como Vila-Matas en el cruce de esos caminos de la literatura y la metaliteratura. Con sus libros me pasa algo parecido a lo que me pasó con Truffaut, cada año esperaba su nueva película. Nunca fallaba. También es un poco lo que me pasa con Woody Allen. Incluso las menos buenas de sus películas me gustan. O con Hitchcock, con Buñuel y unos pocos más. Nada era prescindible. Ahora en la literatura, desde un lado diferente pero no antagónico, me sucede con alguien que ya no nos podrá dar grandes sorpresas, Sebald. Me espera la lectura de su última inacabada obra, Campo santo, también editada por Herralde, el editor de Vila-Matas. Y sin duda uno de los editores centrales de nuestra vida lectora.
He tardado más de un mes en comenzar la lectura de Exploradores del abismo, el último Vila-Matas, por razones de viajes y otros despistes. Hace dos días comencé su prólogo, o lo que sea ese “Café Cubista” que nos introduce en lo que vendrá. Hoy, mañana del martes, sonrío y medito el epílogo. Unas líneas de Peter Handke: “Sostenía yo maquinalmente el bolígrafo apuntando hacia las cosas. Cuando me di cuenta, lo desvié de inmediato en otra dirección, en la que no había nada.”
Cuentos llenos de vértigos, de caminos inciertos, de vacíos que disimulan, de cosas llenas de peso y ligereza. Precipitarse, sin avanzar, hacia el vacío. Cuentos que con sus rarezas, con sus incertidumbres, tienen la capacidad de otorgarnos pequeños placeres. Sí, como un sol amable que nos despierta una mañana sin trabajo. Me aligera leer a Vila-Matas -si además me hiciera perder kilos sería milagroso, ¿por qué no creeré en los milagros?- y me dan la sensación de que nos hacen más discretos, elegantes y calmados. Cuentos de excelente geometría. Cuentos de este otro Vila-Matas que anda gestionando la herencia literaria del otro. Que también nos gustaba aunque no fuera capaz de creer que los gordos son los demás. Los dos tímidos, irónicos y discretamente felices. Gracias por esos cuentos. Por lo que vendrán. Y por ese homenaje al poeta vertical Roberto Juarroz:
“A veces parece
Que estamos en el centro de la fiesta
Sin embargo
En el centro de la fiesta no hay nadie
En el centro de la fiesta está el vacío
Pero en el centro del vacío hay otra fiesta.”
Un poema festivo y todo lo contrario. Como un libro de Vila-Matas.