Javier Rioyo
Siempre existe la esperanza de encontrar una obra maestra olvidada en algún chamarilero. Rara vez pasa, y siempre les pasa a otros. Hoy he tenido esa sensación. La de encontrar un tesoro cuando no lo esperas. Tenía referencia del tesoro, había leído algo sobre su existencia; incluso, había disfrutado de algunas de esas perlas que de manera dispersa había enseñado su peculiar belleza. El tesoro es un libro, uno de esos libros que por razones incomprensibles seguían sin traducción en nuestro idioma. El tesoro es un libro y un escritor al que muchos quieren, siguen, admiran, leyeron y seguirán leyendo. Se trata de Nathaniel Hawthorne, uno de los mayores del siglo XIX norteamericano, uno de los grandes de lengua inglesa, uno de los grandes sin más. El haber escrito La letra escarlata, Wakefield y otros cuentos y novelas ya le hacen tener un lugar de privilegio en la literatura universal. Muchos escritores son deudores de ese escritor americano que fue un hombre sobrio, puritano, aburrido, encerrado, y un tanto misántropo, pero que nos dejó libros inolvidables. Entre sus más destacados admiradores habrá que recordar a Henry James, Kafka, Borges o Paul Auster, por citar sólo a unos pocos. Otros muchos son deudores de sus escritos y de sus propuestas de historias nunca desarrolladas.
Ciertamente este escéptico, soñador y lo contrario de un hombre de acción, este hombre que se recluyó voluntariamente para vivir entre su familia, lejos de lo exterior, al margen de los otros, dejó un libro peculiar que nunca se publicó entre nosotros. Una gran noticia, al fin una edición -aunque sea no completa- de su mítico libro de apuntes, de esas historias para desarrollar que el escritor fue anotando toda su vida, se han llamado los Cuadernos norteamericanos. Una gran noticia. Un libro tesoro que ha sido publicado por la editorial Belacqva, que no para de darnos alegrías literarias. Algunas de las últimas son tan importantes como Barnaby Rudge de Charles Dickens, que sólo se había publicado parcialmente. Y también haberse atrevido a publicar la minuciosa biografía de una de las vidas más simbólicas de los excesos del pasado siglo, Primo Levi.
Hay que impedir que la sombra de la estatua de Poe siga dejando demasiado oculto a Hawthorne, así lo deseó uno de sus traductores, Valery Larbaud. Otro de sus seguidores que habría que sumar a los anteriores, aunque se podrían continuar con Julien Green o John Updike.
Algunos ejemplos de las propuestas que el escritor nunca desarrolló:
“La penosa situación de unas personas muy atadas a sus bienes cuando son admitidas en el Paraíso”
“Los placeres, pensamientos y tareas de un holgazán durante un día transcurrido a orillas del mar: por ejemplo, sentarse en lo más alto de un acantilado y arrojarle piedras a su sombra, allá abajo”
Y para terminar una optimista: “Envenenar a alguien o a un grupo de personas con vino sacramental”
Si quieren un tesoro. Compren ese libro. Imprescindible para escritores bloqueados o para los que se creen muy sobrados. También para escritores anónimos.