Javier Rioyo
No quería ver la realidad, me aferraba al tiempo azul del verano. Bueno, quiero decir bastante azul para ser Galicia. Azul de Galicia sur. Me encontraba bien en esa transparencia del verano, en esa claridad aunque fuera visitada por nubes, por nieblas de mañana, por lluvias dispersas. El último día me despidió una hermosa y feroz tormenta de verano. Tormenta de verano gallego. Rayos, relámpagos, truenos y granizo que caía como un feroz intruso en una noche que no le correspondía. Noche de tormenta. Casa sin luz, felicidad. Volver a las iluminaciones del cielo. No duró mucho pero fue hermoso mientras duró.
Al cabo de unas horas, regreso a Madrid y los tópicos del regreso. Todos los septiembres casi las mismas palabras. ¿Podríamos vivir, comunicarnos, sin frases hechas? Seguro que sí pero seríamos unos raros, unos originales, unos excéntricos. Madrid nos centra a nuestro pesar. Nuestra voluntad es excéntrica. Posiblemente marginal pero con unas determinadas comodidades. Vivir como ricos entre las ruinas de sus yates, entre sus casas blasonadas y sus cuentas en declive. Mantener el prestigio de ser los desprestigiados de una familia que vivió bien, sin dar golpe. Siempre hay razones para la envidia. También para el consuelo. Desde los todavía días luminosos madrileños pensando en el cercano otoño nos conformamos con ese amigo. Con ese otro JRJ que de por vida nos acompañó, y nos acompañará. Entre sus aforismo de río arriba encontramos un bonito consuelo. No será mucho, pero se llama: demasiado.
"Prefiero siempre el tiempo gris, y cuando más cerrado, mejor. En el tiempo azul se trasparenta demasiado el infinito y, por el infinito entre oro iluso, vemos demasiado todo lo que no podemos cojer."
(Que el listillo del corrector de mi PC, ni otros posibles correctores, se atrevan a corregir la ortografía del maestro.)