Javier Rioyo
Podían ser personajes de Kafka, viviendo en los alrededores del Castillo, artistas del hambre, honrados agrimensores o campesinos cargados de dignidad y pobreza. También podían ser figurantes de algunas de las pinturas que campesinos o pícaros del Museo del Prado. Quizá sus rostros se parezcan a algunos de los personajes populares que pinta Velázquez. Hombres, mujeres, viejos o jóvenes curtidos que nos miran desde el fondo de sus vidas. Son de aquí y de ahora. El fotógrafo Pierre Gonnord los ha encontrado las minas del norte de Portugal, en aldeas gallegas, en pueblos ibéricos dónde siguen trabajando, viviendo, superviviendo como lo habían hecho sus antepasados.
Una vida esencial, dura, al margen de modas, de novedades literarias o de cine de autor. Gente que canta y llora, que mira la televisión, que pasa horas en el bar o que sigue trabajando en la huerta. Hermosa gente sin maquillar. Rostros sin trucos. Luz de diario que se encuentra con esos rostros, viejos o jóvenes, y que parece estar escribiendo con minuciosidad sus vidas. La escritura de sus rostros, la caligrafía de arrugas o melancolías, la mirada segura, la vida incierta, el gesto en primer plano que nos habla, mejor que cualquier texto, de su pasado y su futuro. Las fotos de Gonnord- un francés del Atlántico que se quedó atrapado en Madrid y que recorre todos los desvíos de nuestro ibérico ruedo- son el paisaje de los hombres, de las mujeres pegados a la tierra que no es suya, que nunca será suya.
Los retratos son como los de los artistas, de los protagonistas de una película que es su propia vida. Demasiada verdad. Como en aquél cuadro que Velázquez hizo del Papa Inocencio. Ahora ésta "tierra de nadie", esta exposición de Gonnord está en Madrid, en plena calle Alcalá, cerca de dónde estuvieron tantos estudios de famosos fotógrafos que retrataron a los ricos y famosos. Ellos no son ni una cosa ni otra, y sin embargo, sus rostros, sus miradas, sus caras marcadas por dudas y certezas, se nos aparecen cómo los mejores actores de una película que nunca se podrá rodar. La verdadera cara de la vida sin los maquillajes de la mentira. Gentes sin afectaciones, ni pedanterías. Hermosa gente anónima que no serán protagonistas de ningún programa basura. Aunque algunos sean atónitos espectadores de ese espectáculo de máscaras, mascaradas y miserias que nos hace peor, más tontos, más feos.