Javier Rioyo
Yo me doy cuenta de lo clásico, por llamarlo de alguna manera, que puedo ser cuando me escucho decir algunas cosas. Quiero decir que soy, estoy, pasado de moda. Sobre todo cuando hago juicios tan arbitrarios como los de algún juez español. No llego a tanto, pero es una estrategia antigua, tendencia o lo que sea, que consiste en machacarme a mí mismo. Se cómo hacerlo. Y lo hago mejor que casi nadie. Sé de qué hablo, y no tengo que deprimirme o mosquearme con el juicio de terceros, o cuartos, que me importan un bledo o así. El caso es que me siento “mayor” cuando pienso cosas tan “estrechas” como que no me fío de los hombres que se tiñen. Sin embargo, y para mayor carcundia mía, no me importa que se tiñan ellas. Me gusta Marilyn Monroe teñida, y no me creo, por ejemplo, a Cary Grant teñido. Yo creo que estoy perdido para las causas del feminismo, y para casi todas las causas de la modernidad, normalidad o cómo queráis llamar a eso de ser tan normalmente moderno. Absolutamente modernos, decía uno de mis poetas de cabecera, de pie y de otros espacios vitales.
No soy nada moderno. No me fío de los teñidos. Una vez me encontré a un olvidable, cursi, intenso y maniobrero líder de la “izquierda” desunida española en una farmacia comprando un tinte para el pelo. Yo ya me había fijado que en su pequeñez altiva, en su presunción paleta, discursiva y previsible había algo que, además de todo lo dicho y algunas pinzas más, no me gustaban. Me faltaba el último dato, mi manía de “antiguo”, clásico o lo que sea: nunca me podría creer a un señor que se tiñera. Si además, no era un rey, o un republicano, del glam, ya me resultaba mucho menos creíble. Pues eso. Después comprobé que algunos amigos, que algunos admirados y queridos, también le daban al frasco de disimular la edad. O de cambiarse el “look”. Casi les comprendo. Casi les imito. Pero mi sentido del ridículo me paraliza esos gestos.
Y todo esto viene a cuenta de haber visto en la televisión a uno de los destacados representantes de la secta mayoritaria, a uno de los jefes del clan de la iglesia que manda por los pagos occidentales. A un canta…, a un portavoz de los obispos y sus tribus, uno que tengo visto porque va de “joven” maduro espabilado, oscuro y confuso. Además de portavoz de su causa, ayer daba la cara, el morro y la palabra para defensas indefendibles… eso es normal, habitual y no noticiable. Lo que me gustó de mis renovados desafectos es que el tal representante, el vocero de esas cosas, se había teñido… ¡Qué curioso! Teñido, cómo otros que yo se me. Como algún político de muchas derrotas.
No vamos mal en modernidad cuando en nuestra matria se tiñen el pelo hasta los curas. Se terminarán por modernizar como aquél cura censor que Berlanga disfrutó. ¡Un cura tan moderno que llevaba reloj de pulsera!… Ya sabía yo que se empezaba por el reloj de pulsera y se podía llegar al teñido del pelo. Cualquier día faltan a la misa de doce.