Javier Rioyo
Y Guillermo Brown, Zipi y Zape, el Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín. Como en una canción de Sisa, “cualquier noche puede salir el sol”. Algo así de ingenuo e imposible deseábamos hace ya tantos años. Hace décadas. Muchas cosas así de simples y extraordinarias seguimos deseando en estas edades maduras. Todavía nos reconocemos en aquellos que fuimos, en los niños de ese mundo sin muchos colores pero con los colores de los mundos de los “tebeos”. Por ellos comenzaron nuestras lecturas.
Ahora, hoy, se celebran los cincuenta años de Mortadelo y Filemón y muy poco después ya fuimos sus compañeros de disparates, de burla de la eficacia, de los servicios secretos, de los detectives o de la llamada Guerra Fría. Tantas cosas de nuestras lecturas llegaron por esa vía de bromas y veras que tenían los primeros cómics de nuestra infancia. Y llegaron los más serios. Llegó Tintín. Y Corto Maltés. El underground, Valentina, los japoneses o las seriedades de esos chicos de la posguerra donde el mundo se pudo llamar Paracuellos. Y seguimos a los continuadores de la línea clara. A los eróticos, los bestias, los jueves o los viernes.
Me gusta que cumplan tantos años esos que una vez fueron compañeros de mis fugas infantiles. Los abandoné hace tiempo. No seguí sus disparatadas e inocentes historias, me hice más serio, menos inocente, crecí, me equivoqué y no supe quedarme en esa patria, quizá no tan feliz, de la infancia. Muchas veces he pensado que la edad ideal es la de Tintín: indefinida, aventurera, infantil y madura. Otras, la mayoría, prefiero la de Haddock, bebedor, casi en la jubilación, con amores y con un poco de mala leche.