Javier Rioyo
Mi infancia son recuerdos de una plaza de la Universidad, de los bancos corridos de la vieja universidad Complutense, la Cisneriana. Allí jugábamos al futbol y a las chapas. Aquellos bancos del renacimiento, aquél granito pulido, era una buena pista para las carreras con chapas de botellas de "Cinzano" con nuestros ciclistas: Ocaña, Julio Jiménez, Anquetil o Poulidor. Por allí las chicas, por allí los besos furtivos y el pick-up de Carmelo, el gordito, que era famoso porque salía en la tele- en una serie que se llamaba "Siempre alegres para hacer felices a los demás"- y porque tenía una madre muy moderna y muchos discos. Entonces conocimos a Miguel Ríos, un poco después de ser Mike, pero todavía con aquel vendaval que llamaban "twis". Otros tenían a Jhonny Holiday y Silvie Vartan, a Celentano y Mina: nosotros teníamos a Miguel Ríos y Pili y Mili. Eso era como decirles, vosotros tenéis ONU, nosotros tenemos dos. Pero eso eran cosas de mayores, nosotros estábamos con el twis y "Pototitos". Aunque para bailar "agarrado" la mejor era "El ritmo de la lluvia".
Después llegaron los Beatles y mandaron parar. Aunque no olvidaremos la vuelta de Miguel Ríos, con esas ganas de cantar, con anuncios en la televisión- en la única- y un poco después su "Vuelvo a Granada". Nos llegó antes su himno a Granada que el de Alberti y Paco Ibáñez, que nunca habían estado en Granada. Con el pick-up, con las chicas de las filipenses, de las escolapias y con algunas del Instituto- no muchas porque no eran tan "modernas", nos acercábamos a las orillas del río y, para ser originales, llevábamos "El Río" de Miguel y su interminable estribillo.
A Miguel le debemos algunos ligues. Después nos hicimos mayores e internacionales, aprendimos Beethoven y cantamos "El himno a la alegría", ya habíamos conquistado el "Billboard "unos años antes con "Los Bravos", ahora volvíamos con Miguel.
Y llegaron los progres, se separaron los Beatles, nos quedaron los Rolling y quisimos ser neoyorquinos en peregrinación a California, pasando por Woodstock. Y Miguel se reinventó entre el rock, el amor y un poco de marihuana…y un poco de trullo, que los franquistas todavía mandaban mucho.
Volvimos a Miguel en Granada, en su Granada, en nuestra Granada, cuando los poetas, los músicos, actores y toda clase de gente decente hicieron un homenaje a Lorca en una tarde de Junio con palos y en Fuente vaqueros. Llegó la democracia, pasó la transición, Miguel se puso a recorrer las plazas con el "Rock and Ríos", siguió con el rock para las noches de verano, llegó el año del cometa, los viejos roqueros que nunca mueren y así pasaron treinta años, y Miguel siguió con nosotros. Y por suerte entró en nuestra vida, solo o en compañía de otros: de Joan Manuel, de Víctor, de Ana…ay Ana! Ya quisiera Silvie Vartan haber cantado, contado y actuado como Ana Belén.
Y así que pasen cincuenta años y Miguel que se arruga, que dice adiós con su rock y por el morro. No me lo creo, ahí están sus ejemplos a seguir: la joven María Dolores Pradera y la eterna Chavela Vargas, han vivido y bebido mucho más que el atlético, perdón, quiero decir: que el madridista Miguel y no se van retirando por una crisis de mierda, dos arrugas y unas canas. Siempre te quedará el Grecian Dos Mil, algunas prótesis y unas muletas rockeras. Los viejos roqueros deben morir a pie de carretera. No confundir los sesenta y seis son años perfectos para seguir en la ruta.
No nos hagas esto Miguel, por tu familia, por tus sobrinas, por tus amigos, por tu hija y por Regina. Que un jubilado se pone muy pesado. Tienes que seguir porque tú eres para nosotros mejor que ese protagonista del cuento de Monterroso.
Cuando el rock español despertó Miguel Ríos ya estaba allí.
Hoy le hacen un homenaje en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en la Magdalena de Santander. La universidad no se puede cargar a los roqueros con honores y galardones. Los roqueros deben volver a nuestras calles. Aunque sean madridistas.