Javier Rioyo
Estoy leyendo al muy querido periférico llamado Fogwill -gracias, Julián Rodríguez- que acaba de publicar entre nosotros Help a él. Una vez más me seduce y me atrapa la obra de este raro que nos hizo conocer Vila-Matas.
Y he recordado aquella cita de Fotwill que recoge el Bartleby de Vila-Matas: "Escribo para no ser escrito. Viví escrito muchos años, representaba un relato." La cita, que es más larga e interesante, volvió a mi memoria al conocer la noticia de la muerte de un hombre que pudo haber escrito mucho, que así lo reclamamos quiénes lo conocimos, que era un libro por escribir y que terminó casi sin escribir, Emilio Sanz de Soto. Recuerda Molina Foix, que Emilio fue "un genio oral". Otro de los subyugadores de la palabra, de la memoria que se muere este mes de tantas muertes. Noviembre sí es el mes más cruel.
Murió Emilio en silencio, como un buen Bartleby. Murió el tangerino más singular, simbólico y metafórico de esa ciudad abierta y sin sacristías. Un español razonable, moderno, cosmopolita, curioso que no quiso escribir su vida. Ni la vida de los demás -de los muchos interesantes que conoció en vida-de los que pudo haber contado tantas cosas. Todo, casi todo, lo que vio y vivió prefirió callarlo. No ocultarlo. Lo contaba en su casa llena de libros, fotos, fetiches y recuerdos pero no quería escribirlo. Preferiría no hacerlo. Y no lo hizo.
Conseguí que hablara ante cámaras. Que hablara de él. De su vida en aquella ciudad mítica que fue Tánger. De sus relaciones con Truman Capote, con los Bowles, Gore Vidal o Tennesse Williams. De su amistad con Ángel Vázquez, Buñuel, Cecil Beaton, Ángel González, Pepe Hernández o Carmen Laforet. Conseguí que con su amigo, su cómplice, el nervioso y vital decorador, Pepe Carleton, evocaran momentos de una vida que ya no podía volver. De unas voces y unos ámbitos que pertenecieron a lo mejor de un mundo que tuvo mucho de juerga culta, de fiesta civilizada, de desmadres elegantes, de osadías privadas.
Excéntricos y cultos, algunos hicieron muchas cosas, otros, como Emilio Sanz de Soto, prefirió no hacer demasiado. Vivir, recordar, contar y callar. Ser parte un relato que no escribirá él. Ser una novela que no le importó que escribieran los otros. ¿Quién escribirá la vida de estos españoles, de estos dos modernos que fueron la mejor contribución patriótica a una vida sin patria en una ciudad abierta y puñeteramente divertida? Pepe Carretón está vivo. Y nunca escribirá de aquellos días, de aquellas noches. Emilio acaba de morir. Uno de los personajes que merecerían estar en la compañía de Bartleby.