Javier Rioyo
Mi cansancio, mis deberes sin hacer y mis despistes me impiden poder contar nada en unas líneas. No tengo tiempo, ni cabeza. Nada muy nuevo, ni original en mi vida de diario. La de los fines de semana, tampoco es muy diferente.
Habré de recordar algunas cosas parisinas bajo el volcán virtual. Otro día. Hoy solo quiero llegar a decir algo antes de que se pase demasiado esa convención de las celebraciones de los números redondos. Ayer fue el centenario de la muerte de uno de los más queridos y necesarios escritores, Mark Twain, una de las pocas fidelidades que conservo desde la adolescencia. Y una de sus mejores escrituras es la irónica y viajera. Me gusta especialmente el Twain viajero. Vuelvo con él. Vuelvo con su libro "Guía para viajeros inocentes".
¿Abrimos al azar?
Estamos en Jerusalén:
"En este altar conservaban antes una de las reliquias más curiosas que ha visto jamás el ojo humano: una cosa que tenía el poder de fascinar al que la miraba, misteriosamente, y que lo mantenía mirando durante horas. Se trataba, nada más y nada menos, que de la placa de cobre que Pilatos colgó sobre la cruz del Salvador y en la que escribió:"Éste es Jesús, el rey de los judíos"
Sigue contando la "suerte" que tuvo Santa Elena, madre de Constantino, un poco mitómana, además de rica y poderosa, con las reliquias, recuerdos y cositas cristianas o precristianas que fue encontrando a un módico precio. Un resto de Adán, algo de Goliat, el Arca y todo tipo de "gadges" del Viejo Testamento. El Nuevo también sería un best seller.
¡Cómo me hubiera gustado tomar un ron en algún burdel del Mississipi con Mark Twain! Lo intenté, pero llegó el Katrina. Me falta fe. También me hubiera gustado estar en alguna taberna con Cervantes. O en algún lugar de su región bebiendo con Shakespeare. ¿Por qué dirán que Abril es el mes más cruel?