Javier Rioyo
Hay una película española reciente que se llama El club de los suicidas. Gustándome algunos de los actores y esperando mejores cosas del novel director, tengo que confesar que lo mejor de la película es el título.
Un buen y llamativo título que nos llevaba a pensar en uno de esos escritores que nos acompañó desde la infancia y que lo hará hasta la vejez. Naturalmente estoy hablando de Robert Louis Stevenson. La fascinación por su obra, por su vida, no decrece en mi cariño. Es posible que ya no lo vuelva a leer con aquella pasión entregada del joven que soñaba aventuras pero siempre vuelvo con placer a sus textos.
Y la regular, tirando a nadería de la comedia española, me llevó al deseo de volver a algunos de sus textos. Volví al relato, los relatos, que componen El club de los suicidas y, siendo una lectura placentera de una larga tarde, no me dejó tan satisfecho como recordaba. Así abrí otros libros de Stevenson sin saber bien que buscaba. Me quedé, después de otros buceos, con Virginibus puerisque. Y esa colección de ensayos, de pensamientos, ese acercamiento a pequeños y grandes temas es una auténtica delicia. Solo por ese reencuentro ya estoy agradecido a la película que me devolvió el deseo de volver a Stevenson.
Habla Stevenson del amor, el matrimonio, el disfrute del no hacer nada, la defensa de los ociosos, la fe en “El Dorado”, la infancia, la vejez. Una delicia inteligente de ese escritor que ya nos avisó que no todo en la vida es beber cerveza y jugar a los bolos. También nos quedan los paseos. Era un gran viajero y también un viajero tranquilo y solitario. No en vano se pasó muchos años viendo de cerca la vida de los fareros de Escocia.
Y recomienda que la excursión, el verdadero viaje a pie, se haga a solas. No en grupo, ni siquiera en pareja. Dice que “debe hacerse a solas porque para la excursión es esencial la libertad, porque aquí seremos libres de pararnos o seguir, de ir por este o por otro camino, a nuestro capricho, y porque debemos andar a nuestro paso: ni trotando a la rastra de un campeón ni pisando menudito para acompasar a una damisela. Y además, debemos tener abierto el ánimo para toda clase de impresiones y dejar que nuestros pensamientos tomen el tono de lo que vamos viendo. Debemos ser como el humo de la pipa al juego del viento.”No le veo la gracia- decía Hazlitt- al ir paseando y hablando a un tiempo. Cuando estoy en el campo, me gusta vegetar como el campo.”
Caminar solos. Pensar. Vagar. Seguir pensando, ver como hemos cambiado, como seguimos cambiando en intentar liberarnos de eso tan inútil que es la estupidez. Para eso vienen bien los paseos y las lecturas de Stevenson. Y así nos gusta seguir, convencidos de que es mejor ser tontos que estar muertos… Ah, si además tienen pensado escaparse a Londres, si no están muy justos para un hotel peculiar, nada de lujo, ni excesivamente caro, no barato, busquen la casa de Hazlitt en el Soho. Ese autor que citaba Stevenson supo vivir en un sitio adecuado. Ahora se alquilan sus habitaciones.