Javier Rioyo
“Salí a la calle y no vi a nadie, / salí a la calle y no vi a nadie, / ¡oh, Señor!, desciende por fin / porque en el Infierno ya no hay nadie.”
Ese es un poema de los últimos años 70. Leopoldo ya estaba en manicomios, aunque todavía tenía bastantes posibilidades de escaparse, de hacer una vida bastante enloquecida pero sin tener la frontera de aquellas paredes.
Lo había conocido años antes. En las tabernas madrileñas. En algunas noches de alcoholes, mujeres y alguna poesía. Lo volví a ver en París, sería el año 74. Estábamos por allí felizmente ácratas, descreídos, noctámbulos, cantarines, escuchadores de García Calvo y bebedores de vino no muy caro en aquel bar de Saint Germain des Pres. Alguno vino con la noticia de que los “flics” habían detenido a Leopoldo Panero. Parece que lo habían pillado hurgando en alguna basura y le confundieron con un clochard. Cuando comprobaron que era algo pero, que era un alucinado poeta, la cosa se puso más complicada. Ya estaba en un camino muy peligroso para vivir entre las leyes de los otros locos, los del orden exterior, los que no están en los manicomios.
Después le volví a ver algunas veces. Nunca, casi nunca me reconoce. Una vez, hace ya bastantes años, conseguí un permiso para sacarlo durante dos días de Mondragón. La excusa era una entrevista con Lola Flores en Antena-3. Entonces España y la televisión eran así de surrealistas. Cuando Lola vio al poeta de cara alucinada, de ojos perdidos y palabras ininteligibles -pero tantas veces tan lúcidas, demasiado lúcidas- se negó a cualquier entrevista con aquél que le parecía un enviado del diablo. Lo mismo le había ocurrido con Albert Plá, ¿lo recuerdas Plá? En el caso de Panero fue su hija Lolita la que se atrevió a preguntar algunas cosas a ese poeta al que no entendió nada. Me encantaría rescatar aquellas imágenes. Acabamos un poco hartos del ritmo de coca colas y cigarrillos de Leopoldo. Tampoco era fácil seguir sus palabras, llenas de risas y de iluminaciones.
Siempre he seguido su poesía. No es el poeta que prefiero pero desde aquel camino primero de Swan y un poco después por las calles de Carnaby Street hasta nuestros días, sigo siendo un lector de ese poeta lleno de hallazgos. De luces, de demonios, de infiernos y de ángeles derrotados. Me pondría a la cabeza de un premio significativo para Leopoldo. Y no es el poeta que más me gusta, ni siquiera estoy seguro de que sea el Panero que prefiero, pero si de poetas españoles -y contra España- hablamos, pocos encuentro con más justicia para ser premiado. No será fácil convencer a esa gente. No hay nada más que ver cómo, quiénes y de qué corrientes poéticas son los jurados de los grandes premios. No sucederá el milagro, pero no me parece mal comenzar la campaña. Yo, al querido Leopoldo y a sus seguidores, les prometo que comenzaré la campaña. La próxima semana tendré la oportunidad de proponérselo a la ministra. Ya les contaré. Por ti brindo Leopoldo. Aunque sea un brindis al sol. Un brindis desde las cavernas iluminadas de alguno de tus infiernos.