Javier Rioyo
Cuando era pequeño nos asustaban con los "guardias de la porra". Cuando crecí comprobé que aquella porra en manos de un policía del franquismo no era un cuento de miedo, era un golpe de verdad. No he tenido la suerte de normalizar mis relaciones con los guardias, con los guardianes, con los agentes aunque les llamen de seguridad, de tráfico, de urbanidad o lo que sea. Me siento inseguro, incómodo y nervioso ante ellos. He conocido excepciones, pero por lo general no tengo suerte. No nos gustamos.
Hace dos noches llegaba tarde a un recital poético en la nueva sede cultural madrileña de Caixa Forum. Algunos amigos leían su poesía. Lo hacían con la intención de dejarnos entrar en ese jardín abierto que es la poesía. También había algún representante del "jardín cerrado", nos alegra porque que en poesía tiene que haber de todo. No pude escuchar a los abiertos ni a los herméticos. Expulsado del jardín.
En la puerta había mucha gente protestando por la rigidez de la entrada, por lo exclusivo de la lectura de muchos poetas que estarían encantados leyendo a plena calle. Dos guardias de seguridad se mostraban inflexibles. No importaba que tuvieras invitación, que quisieras razonar sobre la lectura. Que argumentaras que no es como interrumpir un concierto. Que los poemas duran unos minutos, que el poeta quiere ser escuchado, que no les importaría nada esperar que pasáramos los rezagados. No había manera. Diguem no, pero sin el estilo de Raimon. Los cancerberos fumaban y nos invitaban a no hacer grupos, a desalojar la puerta a quedarnos en la puñetera calle. Protesté. Dije algunas cosas sobre los poetas, los actos culturales y los guardianes. Le parecí "cómico". Así me pretendió insultar ese guardián de la cultura cerrada de ese lugar selecto y catalán en Madrid.
¿Quién nos guarda de los guardianes? ¿Quién en un lugar cultural da las normas, selecciona a los porteros? ¿Qué tiene que ver el arte con los vigilantes?
Han cuidado el diseño, arquitectura notable, interiores modernos, vanguardia y cultura, pintura inevitable, exposiciones que nos engrandecen, otro espacio más para el orgullo de una ciudad, de una zona… todo eso muy bien. Pero, ¿es necesario volver a los guardias de la porra?
Sí es así, por mi parte, se puede ir a la porra ese lugar de encuentros. No tengo edad para peleas tan desiguales.