Javier Rioyo
La escena vista y oída es un exterior día, cerca del mediodía y en las escaleras del teatro Calderón. En ese lugar del centro madrileño estaba un borracho de diseño, de manual, aunque bastante limpio. Llevaba una gran borrachera de esas tranquilas, silenciosas, en susurros consigo mismo, medio adormilado y con la botella de vino, casi vacía, bien agarrada a su mano.
Unos turistas con aspecto bastante relajado, de edad media y de aspecto nórdico miraban con curiosidad al borracho. Me pareció que era una mirada, como otras, como la mía, sin burla ni crítica a ese clochard madrileño.
Al ver su aspecto, su borrachera, pensé que nos faltan clochards de ese estilo. Tenemos borrachos, mendigos, pedigüeños, tramposos y pícaros de todas las especies, pero pocos del digno aspecto de los clochards parisinos.
Mientras esperábamos el semáforo en verde, mirábamos de reojo al borracho tranquilo. Uno tipo cuarentón que también miraba al borracho, con aspecto de oficinista de pocos vuelos, con una camisa un poco pasada de moda, pantalones planchados, zapatos limpios de baratillo y pelo abundante y engominado, bastante tópico y atildado, empezó a lamentarse en voz alta del estado del borracho, de "la vergüenza de ver gente así por las calles" y de que aquello era una rareza, una excepción entre los españoles, "perdonen el espectáculo" les decía a los turistas que, por otro lado no parecían dar mayor importancia a un borracho en los escalones de un edificio.
El español limpio y sobrio seguía pidiendo disculpas a los extranjeros por un mal ejemplo ciudadano con el borracho tranquilo. "Así no somos los españoles. Se lo digo yo, ustedes disculpen". Ellos sonreían, creo que no estaban entendiendo las lamentaciones del español de orden. Entonces les preguntó:
"¿Ustedes de dónde son?" Denmark, le contestaron. "Ah, son americanos. A que por allí no permiten borrachos en las calles".
Los daneses se rieron, no se molestaron en desmentir los conocimientos de un español modélico y sobrio, ni en geografía, ni en idioma. Cruzaron el semáforo entre sonrisas. Yo crucé con ellos. Y escuché con nitidez la voz del borracho, que medio somnoliento, le decía al limpio español: "Eran daneses, merluzo".
Aumentó mi simpatía por el clochard. El español se quedó sin saber de qué le hablaba aquél mal español y allí se quedó con su cara de moralista y patriota de pacotilla.
Después pensé que los dos podrían estar aliados para entretener la vigilancia de los extranjeros. Uno no se puede fiar ni de los clochards en estos tiempos de crisis. Del otro, del estilo limpio, español y metomentodo no me he fiado en la vida.