Javier Rioyo
Me habían llamado para presentar dos libros rescatados, reeditados, reinventados, no estoy seguro, de Raúl González Tuñón. Me extrañó la propuesta, me despistó la editorial y me pusieron en leve guardia algunas llamadas. Pero dije sí, quizá porque soy fácil, principalmente por la intermediación de una amiga que respeto y estimo.
Allí me presenté, en la canícula del último día de la Feria del Libro, a las seis en punto de la tarde, una hora cruel para este casi verano que ya no admiten ni en los toros. En la presentación, cuatro gatos y, casi ninguno interesante. Pensaba tragarme el sapo, los sapos y hablar bien de un poeta interesante, incluso bueno en muchos momentos, predecesor de algunas de las mejores poesías sociales y un buen buceador por esos poemas de orilleros, boliches y tiempos en que se podía compartir noche con Carlos de la Púa. Un buen poeta, también para ser cantado por el Cuarteto Cedrón.
Pensaba hablar bien del poeta de La rosa blindada, el libro con el que Neruda y Vallejo tienen deudas reconocidas. También pensaba hablar de sus noches de farras madrileñas, de sus borracheras hasta el amanecer en aquellas tabernas que no cerraban en toda la noche. Hablar bien del que fuera amigo de cervezas y poemas en “La Cervecería de Correos” -que tanto quise- con Neruda, Lorca, León Felipe, Miguel Hernández, Alberti y la provocadora, maravillosa excéntrica, de Maruja Mallo. Pensaba hacer todo eso. Recordar un poema que le dedicó en una taberna Miguel Hernández. Otro poema dedicado al bueno de Raúl por Robert Desnos, el poeta muerto por las torturas nazis, el poeta que no pudo disfrutar del París liberado. Eso pensaba haber dicho pero se me cruzaron los cables. Y, ante el cabreo por estar participando en una cursilada seudoprogre, entre falsaria y pardilla, pensé que había llegado el momento de decir algunas cosas que también pensaba, pienso, de aquel poeta comunista.
Me pasé, es posible, diciendo que había muerto mal, tarde y en la cama. Que sus heroicos poemas escritos a la sombra del Partido, comunista por supuesto, son malos y algunos vergonzantes. Que su obra tendría que haber parado antes. O haberse depurado sin tanta servidumbre política. Que lo simpático de algunos poemas y los bueno de otros, quedaban desdibujados por las barbaridades que escribió. Léase, si se tienen muchas ganas, la perfidia de poema que hizo el gracioso y “comprometido” -que palabra tan gastada- Juancito Caminador, “sobre el cadáver de León Trostki”. En fin, no tiene un pase. Ni esos, ni otros muchos dedicados a las glorias de Stalin, el Partido y todas aquellas falsedades sobre el mundo mejor que estaban construyendo.
Hablé demasiado de ese, del “malo” González Tuñón, cuando me hubiera gustado entretenerme con el otro, con el bebedor de Jhonny Walker, incluso con el defensor de los poetas del domingo, esos de versos sensibleros, con su luna barata y sus candor legítimo”. Esos eran bastante mejores que algunos poetas hímnicos. Al menos, no tan dañinos.
Era un domingo y debería haberme tranquilizado. Debería haber estado en plan cursi/progre y callar. No lo hice. Ya no tiene arreglo. Tampoco me arrepiento. Debería haber leído antes esos versos de Banchs que le gustaban a González Tuñon: “Haz como aquellos hombres que trabajan seis días/ y en los domingos podan unas plantas queridas.”