Javier Rioyo
Tengo que hablar de uno de los libros importantes de los últimos tiempos para entender qué leemos, por qué leemos lo que leemos, quién nos resulta fiable como consejero, inductor o seductor de lecturas. Y también acercarnos a una mirada de la crítica, los críticos y sus alrededores. Todo eso está en el libro de Constantino Bértolo, La cena de los notables, no pudimos cenar con él, apenas pudimos beber, pero sí pudimos escuchar su poética, su prosaica o como se llame su explicación, acercamiento, invitación a su ser lector. A su elegante y peculiar forma de inducirnos lecturas. Después de tantos años, el lector, crítico, editor y agitador Bértolo nos deja su, casi, primer libro. Bienvenido, bien llegado desde las periferias hasta nuestro centro más o menos descentrado.
No tengo tiempo para hablar hoy de ese libro, de ese autor, pero lo haré muy pronto. Hoy, segunda noche a la luna de Valencia, a mitad de camino entre el delta del Ebro y el río Guadalquivir, con mi cabeza en muchas películas, quiero compartir una placa que acabo de leer en la fachada del Tribunal de las Aguas, en ese lugar civil y renacentista del centro de la Valencia de barrio popular, marcados, iglesias y librerías de viejo. En un sobria y marmórea lápida de homenaje leo: "Los dependientes de comercio de Valencia: a la Paz. 1876". Me conmueve esa lápida de trabajadores, dependientes, del comercio de una ciudad que estaba esperando la paz. El comercio también sigue en las guerras, pero el ser que comercia tiene que ser un ser libre. Un hombre, una mujer, orgullosos de esa historia cotidiana, de esa servidumbre civil que cada día nos hace levantarnos y dirigirnos a nuestros comercios. Nuestra dependencia, nuestra independencia. Nos podemos quejar de las horas de trabajo, del sueldo, del jefe, de los intermediarios y hasta de los consumidores. Pero no podemos quejarnos de hacerlo en paz. Los que quieran la guerra que se vayan a la mierda, a la ETA o la cárcel. Los demás somos como esos dependientes de comercio valencianos que, al menos durante unos años, supieron valorar y agradecer la paz. ¡Qué menos!