Javier Rioyo
Todavía me duraba la resaca emocional del concierto de Tom Waits. Había disfrutado, estaba contento, subía por el paseo de Gracia de Barcelona, llevaba el último libro de poemas de Raquel Lanseros en mi macuto. Y también llevaba mis flamantes, nuevas y preciosas gafas para mi vista cansada. Tenía unas horas por delante antes de tomar un avión a Almería. Participaba en un curso sobre Internet y poesía dirigido por Miguel Naveros y Jesús Vigorra, admirados por distintas razones. Estaba contento con las músicas, con los poemas y con el futuro encuentro con jóvenes poetas andaluces.
Un señor de unos cuarenta años, bajito, sonriente y con aspecto de algún país del norte Africano, me pide la hora. Le tengo que decir que espere un momento, tengo que sacar mi móvil e intentar adivinar sin tener que poner me las gafas. Me pregunta si yo soy de esos racistas que les molesta pararse con un "moro". Le digo que en absoluto y me preocupo por su procedencia. Me dice que es un profesor de literatura de Túnez. Y me pregunta si soy barcelonés. Sigo la conversación y me solicita hablar un poco más conmigo pero en un lugar menos transitado… y me ruega que ¡no hable tan alto! Me siento estúpido, por educado y paciente. Le digo que tengo que seguir mi camino. Noto que se sigue acercando a mí, a mi mochila. No reacciono. Le digo adiós. Y sigo mi camino. El se queda con una mirada de pocos amigos. Y se dirige a mí con éstas poco cariñosas palabras: "cabrón, racista…ya lo sabía yo. ¡Racista!… ¡Hijo de puta!".
Decido hacer oídos sordos y sigo mi camino. Algunos me miran como si hubiera tenido una conducta racista contra aquél tipo pequeño e iracundo.
Me paro en un café. Tengo tiempo para leer. Quiero volver a Los ojos de la niebla de Raquel Lanseros. Encuentro abierto un lateral de mi mochila. Me han quitado las gafas. Las gafas de diseño años cuarenta, las putas, caras y cómodas gafas. Las gafas que eran para mi vista cansada. Me brota un cabreo con incrustaciones racistas. Consigo vencer ese estúpido sentimiento.
Recuerdo historias de mis veinte años. Estaba en el Cabo Blanco, me escapaba de Argelia dónde me había robado. Estaba feliz en el norte de Túnez. En un albergue de jóvenes europeos me limpiaron los últimos que me quedaban. Fui rescatado por unos sardos. Éramos pobre y viajeros. Nunca fuimos racistas. Ahora que somos menos pobres, pero seguimos viajeros, tampoco queremos ser racistas. Volveré a conseguir otras gafas. Tendré que superar los inconvenientes de mi vista cansada. Habrá que asumir que después de un gran concierto nos toca un poco de desconcierto.