Javier Rioyo
Cada pocos días tenemos noticia de algún asesinato de esos que ahora llaman "violencia de género". No creo que sea de género, más bien serán de sexo. El único género en el que creo es el género humano. Y tampoco tengo ninguna fe ciega, ni siquiera tuerta. Me falta fe en casi todo, también me falta fe en nosotros: los humanos.
No se pueden hacer muchas bromas con los crímenes reales. Esos crímenes de hombres celosos y machistas. Siempre recuerdo aquellos "crímenes ejemplares" contados por el irónico Max Aub. Una delicia, poder matar literariamente al otro porque no nos gusta su olor, o un insoportable grano en la nariz, porque nos mete el codo en el autobús o porque nos ha dado la lata. Muchas veces hemos matado así a nuestro accidental compañero de viaje. Ese tipo tan molesto y de modales tan broncos que está sentado a nuestro lado. Entre esos crímenes había muchos que nos helaban la risa. Y sobre todo ante la realidad tan tozuda de estos crímenes de hombres que no aman a sus mujeres.
Una de las "razones" más clásicas del llamado crimen pasional es: "La mate porque era mía". Con toda la chulería del más tópico de los machos mexicanos.
Y Max Aub añadía otro que es mucho más real: "La mate porque no era mía". Posesivos hombres, impotentes asesinos que no soportan el fin del amor. Que no soportan que aquella que vivió con ellos ahora tenga otra vida. Obtusa y mala gente que camina, vive, no sabe amar y sabe matar.
Dicen que Landrú, aquél que mataba a sus mujeres para obtener beneficio, era visto por algunos, y algunas, como un sentimental. Era un torcido asesino en serie. Un cínico matador. Pertenecía a una especie mayor de perversión. No tan perversa como algunos de los personajes de la excelente novela de Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres, pero sí de una calidad en su perversión que les hace personajes literarios. El misterio del mal. Estos otros miserables que matan a la que fue su mujer son de una especie menor, son chapuceros indignos de ninguna literatura. Nada que ver con el asesinato considerado como una de las bellas artes. Nada dignos de aquellos que una vez imaginó el gran Thomas de Quincey.