Javier Rioyo
Llevo tantos años soportando su presencia, sus palabras, sus obras, su imagen y sus insoportables formas que pensaba que ya no podría sorprenderme. Que no podría irritarme por las carcamaladas seniles de un político franquista, firmante de asesinatos ilegales, un cadáver superviviente de los tiempos pasados. Sin embargo por culpa, o gracias, al altavoz de los medios, el tal Manuel Fraga sigue teniendo la capacidad de irritarme. Después de tantos años consigue indignarme hasta el extremo de entrar al trapo. ¿Qué me importa lo que dice alguien que no sabe lo que dice? Y si lo sabe, es todavía más insignificante. Más irrelevante: por ignorante, por tergiversador o por mal intencionado.
No quiero seguir dando importancia a ese tipo que lleva siendo un incordio desde que recuerdo tener interés por la política, por los políticos. El fue, también en la transición, la imagen de lo que menos me gusta de este país, de sus gentes y sus públicos personajes. Nunca he podido, ni querido bajar la guardia, de estar contra los franquistas. El fue una de las cabezas, y cuerpos en bañador, que más me tocó soportar en el final de la dictadura. Siguió en la transición. Disimuló con el país autonómico. Y sigue dando el peor de los gaitazos cuando en este país se quiere saber dónde, cuándo, quién y cómo fueron los responsables de asesinatos, selectivos y en masa, a los españoles que fueron dignos, demócratas y republicanos. ¿Tendrá muertos que ocultar debajo de alguna higuera? En fin. No quiero seguir perdiendo el tiempo. Bastante pesado es seguir tantos años contra Fraga. Preferiría no tener que escucharle. No entrar al trapo. Pero muchos somos así de tontos, aunque no nos tapemos los cojones cuando deberíamos taparnos la cara. El chiste lo contaré otro día. Hoy no tengo mucho humor para reírme con ese ex de la historia. Además me siento como uno de esos muchos de aquél poema de Pablo Neruda:
"…Cuando todo está preparado
para mostrarme inteligente
el tonto que llevo escondido
se toma la palabra de mi boca…"
Tonto, sí, pero lo que oigo me hace dos tontos. Pero no consigue que pierda la memoria.